Como ya hemos dicho por activa, por pasiva y por perifrástica, a nuestro cerebro le encanta la certidumbre, y la incertidumbre o la ambigüedad le hace infeliz. El otro día profundizamos particularmente en ello en ¿Por qué nos cuenta tanto decir ‘no lo sé’?, y que ello propiciaba que viajar fuera más interesante que leer sobre viajes de otros.
Por tanto, cuando nos enfrentamos a una pregunta difícil o peliaguda que no tiene una respuesta satisfactoria, entonces empleamos un mecanismo automático de respuesta, visceral como una escopeta, que consiste en sustituir la pregunta por una relacionada más fácil.
Es lo que George Pólya ya abordó en su clásico How to Solve It: “Si no puede resolver un problema, hay otro problema más fácil que sí puede resolver: encuéntrelo”. Este tipo de preguntas complejas, por ejemplo, son ¿Cuál es el significado de la felicidad? Tal y como lo explica Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio:
El proceso automático de la escopeta mental y las equivalencias de intensidad proporcionan una o más respuestas a preguntas fáciles que pueden sobreponerse a la pregunta original.
A continuación, una lista de algunas preguntas difíciles de responder y qué clase de sustitución hace mucha gente para enfrentarse a preguntas más fáciles y asequibles:
¿Con cuánto contribuiría usted a salvar una especie el peligro? ¡BANG! ¿Cuánto me emociono cuando pienso en los delfines que mueren?
¿Cómo está de contento con su vida estos días? ¡BANG! ¿Cuál es mi estado de ánimo en estos momentos?
¿Qué popularidad alcanzará el presidente de aquí a seis meses? ¡BANG! ¿Cuál es la popularidad del presidente en estos momentos?
¿Cómo habría que castigar a los asesores financieros que se aprovechan de los ancianos? ¡BANG! ¿Cuánta indignación siento cuando pienso en los depredadores financieros?
Esta mujer se presenta a las primarias. ¿Hasta dónde llegará en la política? ¡BANG! ¿Tiene esta mujer aspecto de ganadora en política?
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