La tecnología que usamos cotidianamente es capaz de modificar nuestro cerebro mucho más de lo que creemos. Modificaciones físicas que incluso han sido monitorizadas en diversos experimentos.
Ésta es la razón, por ejemplo, de que mucha sociedades adopten decisiones acerca de cómo implementar distintas tecnologías. Los japoneses prohibiendo el uso de armas de fuego durante dos siglos para conservar la cultura samurái tradicional. Las comunidades amish rechazando los coches de motor y otras tecnologías modernas.
Porque la tecnología influye en los ciudadanos y en su forma de relacionarse entre ellos y con el medio (sin entrar a valorar si lo hacen de manera positiva o negativa, o ambas). También determina el curso de la historia: los nuevos medios de transporte expandieron y reorganizaron el comercio; los nuevos armamentos alteraron el equilibrio de poder entre los Estados.
Pero como he señalado, los cambios también se producen a nivel neurológico. En primates ya lo hemos comprobado en el laboratorio: si se les enseña a usar herramientas simples, como rastrillos y pinzas para agarrar alimentos que de otra manera quedarían lejos de su alcance, hay un crecimiento de la actividad neuronal significativo en las áreas visuales y motrices relacionadas con el control de las manos que sostienen las herramientas.
El experimento publicado en Proceeding of the National Academy of Sciences publicado en 2008 también sugería otra cosa, tal y como señala Nicholas Carr:
Pero también descubrieron algo aún más sorprendente: los rastrillos y pinzas habían llegado a incorporarse, de hecho, a los mapas cerebrales de las manos de los simios. Las herramientas, por lo que concernía a los cerebros de los animales, se habían convertido en partes de su cuerpo. Como informaron los investigadores que habían realizado el experimento con las pinzas, el cerebro de los monos comenzó a actuar “como si las pinzas fueran dedos de la mano.
Para que nuestros cerebros se modifiquen no es necesario ni siquiera que usemos ciertas herramientas con nuestras manos o pies, basta con que esas herramientas nos obliguen a pensar o dejar de pensar en determinadas cosas.
Por ejemplo, el uso de un coche a menudo por las alborotadas calles de Londres han cambiado físicamente el cerebro de los taxistas londinenses, como os contaré en la siguiente entrega de este artículo.
Vía | Superficiales de Nicholas Carr