Como os señalaba en la anterior entrega de este artículo, el uso de tecnologías, aunque no sea de manera física, cambia nuestro cerebro hasta límites insospechados. Basta con analizar los cerebros de los taxistas de Londres.
Es lo que hicieron un grupo de investigadores británico que, a finales de la década de 1990, escaneó los cerebros de 16 taxistas de Londres que tenían entre 2 y 42 años de experiencia al volante.
Cuando compararon sus escáneres con los del grupo de control, encontraron que la parte posterior del hipocamo de los taxistas, una parte del cerebro que desempeña un papel clave en el almacenamiento y la manipulación de representaciones espaciales en el entorno de una persona, era mucho más grande de lo normal. Además, cuanto más tiempo llevara un taxista en ese trabajo, mayor tendía a ser su hipocampo posterior.
Ser taxista en Londres, pues, parece ser un entrenamiento muy efectivo para el cerebro. Pero toda potenciación de un área del cerebro puede llevar aparejada una reducción de otra área, como ocurrió con los taxistas analizados: la parte anterior del hipocampo era menor al promedio, al parecer a consecuencia de la necesidad de acomodar la ampliación de la zona posterior.
Pruebas posteriores indicaron que la disminución del hipocampo anterior podría haber reducido la aptitud de los taxistas para otras tareas de memorización. El constante procesamiento espacial necesario para moverse por la intrincada red viaria de Londres, concluyeron los investigadores, “se asocia a una redistribución relativa de la materia gris en el hipocampo.
En la próxima y última entrega de esta serie de artículos os referiré otro experimento sobre lo que ocurre en nuestro cerebro cuando imaginamos que tocamos el piano de manera insistente.
Vía | Superficiales de Nicholas Carr