Todo nuestro universo mental, nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestros sueños, absolutamente todo lo que nos hace humanos se alumbra bajo nuestro cráneo. Algunas de estas manifestaciones no se localizan en una región específica: más bien brotan de la inextricable conexión de diversas áreas cerebrales, siendo la forma de la red o telaraña la que verdaderamente conforma la manifestación mental.
Sin embargo, hay pensamientos o emociones que se producen en áreas específicas del cerebro, o mayormente en ellas. La felicidad podría ser una de ellas.
Al menos es que lo que sugieren investigadores de Instituto de Neurología del College de Londres, que han conseguido desactivar una de las áreas del cerebro causante de que seamos optimistas. El equipo de investigación utilizó la estimulación magnética transcraneal (TMS), que es una manera de enfocar el magnetismo en partes específicas del cerebro para neutralizar los pensamientos optimistas.
En el estudio participaron 30 voluntarios, que fueran divididas en dos grupos. A un grupo se les colocó el TMS en el Circunvolución Frontal Inferior (IFG) del lado izquierdo, y a otro del lado derecho.
Posteriormente, a ambos grupos se les presentó la misma lista de cosas que debían juzgar como buenas o malas. Estadísticamente, los voluntarios que había recibido la estimulación magnética del lado izquierdo mostraron una perspectiva más pesimista en comparación con los voluntarios del otro grupo, los que habían recibido una estimulación magnética en el lado derecho.
Así pues, si bien el estudio ofrece la evidencia de la parte del cerebro relacionada con el pesimismo, el estudio no explica cómo lo hace o por qué.
Desde la psicología evolutiva, sin embargo, se sospecha que este optimismo programado en nuestra mente es una forma de que continuemos adelante y realicemos planes: los que disponían de este programa mental se reprodujeron más que los que no lo tenían, transmitiendo el programa mental a través de sus genes a su descendencia.
Estimular la felicidad
No es la primera vez que se trata de encontrar dónde reside nuestra felicidad en el cerebro. Robert Galbraith Heath, fundador y director del Departamento de psiquiatría y neurología de la Universidad de Tulane de Nueva Orleans, llevó a cabo sus investigaciones en pacientes afroamericanos de centros psiquiátricos con el objetivo de usar la estimulación cerebral para aliviar síntomas de trastornos como la depresión mayor y la esquizofrenia. Tal y como señala David J. Linden:
La hipótesis de este experimento era que, puesto que la estimulación del Septem provocaba placer, si esta estimulación se combinaba con imágenes heterosexuales, podría “dar lugar a una conducta heterosexual en un varón manifiestamente homosexual”.
Otros experimentos similares llevados a cabo por otros investigadores en mujeres dieron resultados de adicción compulsiva a la recompensa:
la paciente se autoestimulaba todo el día hasta el punto de descuida su aseo personal y sus obligaciones familiares. Acabó con una ulceración crónica en la punta del dedo que empleaba para ajustar la intensidad de la estimulación, una intensidad que intentaba aumentar manipulando el aparato. A veces suplicaba a su familia que le limitara el acceso al estimulador, pero no tardaba en exigir que se lo devolvieran.
Imágenes | Pixabay
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