Que la gente tiende a tener fe es cosas que no puede probar, en cosas irracionales, en cosas cuya verificación desmontaría siglos de conocimiento acumulado es una obviedad. Desde pequeños (Santa Claus, el ratón de los dientes) hasta la edad adulta (Más allá, dioses). Lo que no está tan claro es la razón de que tendamos a creer en cosas tan irracionales.
Por ejemplo, cuando nos dirigimos a comprar un coche de segunda mano, generalmente nos desenvolveremos de forma muy suspicaz, exigiremos pruebas sólidas de las afirmaciones del vendedor, no nos fiaremos de los testimonios hasta haber probado nosotros mismos el coche, etc. Sin embargo, en lo tocante a los temas místicos, aquéllos de los que aún poseemos más lagunas de ignorancia, nos presentamos como crédulos dispuestos a ser estafados por cualquier mercachifle.
¿Cuál es la razón evolutiva de esta forma de actuar? ¿Por qué siguieron reproduciéndose nuestros antepasados crédulos y tontos en algunos temas y, sin embargo, desconfiados y exigentes en otros? ¿Por qué hemos heredado sus genes?
La razón quizá estriba en la forma en que nuestro cerebro es capaz de detectar patrones, a todas luces muy ineficaz aunque decisiva para sobrevivir. Tal y como lo explica Richard Wiseman en su libro ¿Esto es paranormal?:
Supongamos que usted está en plena naturaleza salvaje y el viento produce un ruido susurrante al mover unos arbustos cercanos. Además, le han dicho que hay varios tigres hambrientos por la zona y sabe que hacen el mismo tipo de sonido susurrante al desplazarse. Se enfrenta a una sencilla elección: ¿decide que el sonido susurrante se debe al viento y permanece en su sitio o concluye que podría tratarse de un tigre y sale corriendo? Evidentemente, en términos de supervivencia, es mejor ir sobre seguro y decantarse por la hipótesis del tigre. Al fin y al cabo, siempre es mejor escaparse del viento que enfrentarse a un tigre hambriento. O, expresándolo en términos más psicológicos, es mejor detectar unos pocos patrones que, en realidad, no existen que saltarse uno que sí existe.
Esta tendencia a encontrar patrones es lo que alimenta nuestras creencias irracionales: por ejemplo, encontrando patrones falsos entre lo que dice un adivino y nuestro pasado; o interpretando una luz en el cielo como un ovni o una señal divina.
Nuestro cerebro, pues, prefiere encontrar unos pocos patrones imaginarios a perderse casos auténticos de relaciones causa-efecto, y ello se produce precisamente en los temas que más ignoramos: de dónde venimos, a dónde vamos, por qué las cosas son como son, etc.
O dicho de otra manera, las personas con más habilidad para detectar patrones (o menos información y destreza para frenar racionalmente la búsqueda de patrones irracionales) tenderá a experimentar más fenómenos aparentemente sobrenaturales.
Para averiguarlo, unos investigadores presentaron a los participantes variaciones del test de las manchas y les preguntaron sobre las experiencias sobrenaturales que habían experimentado. Exactamente como habían predicho, los resultados indicaron que aquellos que obtenían puntuaciones muy elevadas en los test de detección de patrones también habían experimentado muchos más fenómenos extraños.