En los estantes de los supermercados podemos encontrar innumerables preparados de comida casi instantánea. Un perezoso que no tenga muchos remilgos con el sabor puede prepararse un menú diferente cada día en apenas cinco minutos de reloj.
Sin embargo, un experto en marketing se dio cuenta de que los cocineros y cocineras rehusaban preparados de pasteles si eran demasiado sencillos. Y que la única forma de venderlos era si añadía cierta complicación al proceso, como el añadir algún ingrediente extra.
La historia de la comida preparada despegó en la década de 1940, como la masa para empanadas o panecillos. Si bien estos preparados fuero recibidos con entusiasmo, hubo algunas excepciones, tal y como lo explica Dan Ariely en su libro Las ventajas del deseo:
Las amas de casa eran particularmente reticentes a los preparados instantáneos para postres que sólo exigían añadir agua. Algunos vendedores se preguntaban si esos preparados eran demasiado dulces o si tenían un sabor artificial. Pero nadie entendía por qué los preparados para hacer masa de hojaldre y panecillos (hechos fundamentalmente con los mismos ingredientes) eran en cambio tan populares, mientras que los preparados para pasteles no se vendían.
Los expertos sugirieron diversas teorías para explicar esta conducta tan singular. ¿Por qué unas cosas sí y otras no? Según Laura Shapiro, autora de libros de cocina, los panecillos y el hojaldre no son platos en sí mismos. Un cocinero puede admitir que le ayuden a hacerlo sin sentir que está perdiendo el mérito.
Sin embargo, el postre es un plato en sí mismo. Como dedujo el experto en máarketing y psicólogo Ernest Dichter, el problema podía resolverse fácilmente: bastaba con eliminar algunos ingrediente para que el cocinero pudiera añadirlos y así sentir que el postre era más suyo.
De esta forma podían convivir la autoría del plato con el deseo de comodidad. Esta idea recibió el nombre de “teoría del huevo”:
Efectivamente, cuando la marca Pillsbury quitó este ingrediente de sus preparados dejando que fueran las mujeres quienes añadieran los huevos frescos, además de un poco de leche y aceite, las ventas remontaron. Por lo visto, para las mujeres de la década de 1950 añadir huevos, y uno o dos ingredientes más, bastaba para que los postres instantáneos de supermercado se levaran a la categoría de platos hechos por ellas mismas, aunque su intervención en la elaboración del postre fuera mínima.
Imágenes | Pixabay
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