Sólo una minoría de los homicidios se comenten con una finalidad práctica. Los criminólogos suelen barajar el 10 %. El 90 % restante de homicidios, pues, son de carácter moral.
Es decir, que 9 de cada 10 homicidios no se cometen para robar, para evitar la detención de la policía, para violar, etc. 9 de cada 10 homicidios se cometen como represalia tras una ofensa, por una pelea doméstica, por un problema afectivo (infidelidad, por ejemplo, o abandono de la pareja). Es decir: celos, venganza y defensa propia.
Tal y como afirmaba el experto en leyes Donald Black en su influyente artículo “El crimen como control social”, casi todo lo que llamamos crimen es, desde el punto de vista del perpetrador, búsqueda de justicia. O dicho de otro modo: el 90 % de los homicidios no los cometen malas personas, o al menos no son personas que consideran que están haciendo mal: incluso es posible que se vean a sí mismas como héroes o víctimas.
Son, en definitiva, como el Juez Dredd: juez, jurado y verdugo.
Naturalmente, ello no justifica en absoluto el homicidio, pero sí permite que concibamos la acción violenta de otro modo, y por tanto sepamos atajarla de un modo más eficaz. Por lo pronto, tal y como señala Black, la violencia general no se debe a un déficit de moralidad y justicia, sino a un exceso de las mismas, al menos tal y como éstas son concebidas en la mente del autor del crimen.
Generalmente, las personas de estatus inferior tienden a no aprovechar la ley y a mostrarse hostiles ante ella, y prefieren la antigua alternativa de la justicia de la “autoayuda y el código del honor.
Pero todas las personas, independientemente de su estatus, pueden perder los estribos y considerarse víctimas de una situación claramente injusta. Ello no debe hacer disminuir el castigo frente a estas personas, sino que intelectualmente nos permite derribar un dogma: que la violencia es una especie de enfermedad o que es resultado de apuros económicos o furia contra la sociedad.
Tal y como explica Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro:
Consideremos a un hombre que es detenido que es detenido y juzgado por agredir al amante de su esposa. Desde el punto de vista de la ley, el agresor es el esposo y la víctima es la sociedad, que ahora está buscando justicia (una interpretación, recordemos, reflejada en la denominación de los casos judiciales, como “El Pueblo contra John Doe”). Desde el punto de vista del amante, el agresor es el esposo y la víctima es él; si el esposo consigue la absolución, la nulidad del juicio o un acuerdo de reducción de pena, no hay justifica, pues al amante se le prohíbe vengarse. Y desde el punto de vista del esposo, él es la víctima (de que le hayan puesto los cuernos), el amante es el agresor, y se ha hecho justicia (pero ahora es víctima de un segundo acto de agresión, en el que el estado es el agresor y el amante un cómplice).
El propio Donald Black abunda en la psicología del homicida:
Los que cometen asesinato (…) a menudo parecen resignados a su destino en manos de las autoridades; muchos esperan pacientemente a que llegue la policía; algunos incluso llaman para informar de su crimen (…). En este tipo de casos, de hecho, los individuos implicados podrían ser considerados mártires. Sin diferenciarse de los trabajadores que violan la prohibición de declararse en huelga (sabiendo que irán a la cárcel), o de otros que desobedecen la ley por razones de principios, hacen lo que creen correcto y sufren de buen grado las consecuencias.
Habida cuenta de estas conclusiones, parece que un estado será menos conflictivo no tanto por una mayor presión policial o unos mejores consejos morales del tipo todos somos iguales, ama al prójimo como te amas a ti mismo, sino un sistema legal más seguro y garantista, incluso en pequeños conflictos, que permita que las personas resuelvan sus diferencias de un modo más civilizado (a la vez que dichas personas son educadas para que sepan aprovecharse de ese sistema).
Sea como fuere, el problema tiene muchas más variables de las que parece en un principio, y un “se han perdido los valores” o “mano dura con el infractor” no parecen soluciones tan eficaces.