Las casas encantadas: ¿por qué vemos fantasmas?

Las casas encantadas o los castillos embrujados son muy populares entre los turistas aficionados a lo paranormal (y por Iker Jiménez para rellenar su programa). Y, aunque no se puede negar taxativamente que no hay fantasmas en las casas encantadas más famosas del mundo (como tampoco se puede negar que el mundo fue creado por un monstruo con forma de spaghetti gigante, aunque esta religión tenga ya muchos adeptos), tampoco se puede certificar la existencia de tales fantasmas o fenómenos sobrenaturales excepto por testimonios, psicofonías y fotografías, en su mayoría trucadas.

Si estos hechos fueran ciertos y alguien pudiera demostrarlos fehacientemente frente a una comunidad de científicos, no dudéis que al descubridor se le concedería el premio Nobel o algo así. Pero eso no ha ocurrido todavía.

Por otro lado, la ciencia se ha pronunciado en diversas ocasiones acerca de estos fenómenos. Por ejemplo, sobre el hecho de que tanta gente haya visto fantasmas en castillos o casas abandonadas. No sólo participaba la sugestión o el acervo cultural del terror gótico: el viento que suele colarse en este tipo de construcciones, al toparse con chimeneas o al cabalgar por los pasillos, produce ondas sonoras de muy baja frecuencia. Cuando la frecuencia de esas filtraciones (inferior a veinte hercios) corresponde con la frecuencia de resonancia del globo ocular humano (unos dieciocho hercios), éste empieza a vibrar, lo que puede acarrear trastornos de la visión y alucinaciones.

Si pensamos que este tipo de casas tienen a menudo varias decenas de años de antigüedad, y de que muchas de ellas están construidas en madera, encontraremos que los efectos del paso del tiempo, la humedad y los cambios de temperatura producen pequeños movimientos relativos entre las tablas o placas que constituyen sus paredes o pisos generarán algún tipo de sonido. Si uno esta esperando oír un grito agónico o una voz susurrante, es muy posible que confunda el rechinar de un clavo en un tablón o el roce de dos piezas como algo que proviene desde “el más allá”.

Se da la curiosa circunstancia de que los espíritus de las casas encantadas siempre se aparecen de noche o en un ambiente propicio para que uno pase miedo. Nunca hablan de forma clara: dejan mensajes crípticos o ambiguos. Producen ruidos inquietantes. Ningún espíritu se aparece tal cual, como si llegara de dar un paseo por el otro mundo; nunca se sienta tranquilamente a la mesa, a plena luz del día, y expresa claramente lo que quiere, lo que pasa o de dónde viene. Como si los fantasmas fueran espías en campo enemigo; o directamente retrasados mentales.

¿Por qué tanta teatralidad? ¿Por qué tanto susurro? La razón de que esto ocurra así y no de otra manera, obviamente, es porque sólo de esta forma funcionan las películas de terror. Y las pesadillas. Y las películas de terror y las pesadillas no se pliegan a la lógica sino al rendimiento de la taquilla (las primeras) y los caprichos del subconsciente (las segundas).

En las novelas y en las películas, el protagonista se relacionaría con la aparición, por decir algo, de su padre muerto. Pero si en realidad se te aparece tu padre muerto, ¿entonces te limitarías a intercambiar algunas frases o a asistir pasivamente a unos cuantos trucos de magia? Yo, personalmente, si hablo con una aparición y estoy convencido de ello, lo primero que haría sería salir corriendo a la calle. Luego, entrevistarme con neurólogos, con psicólogos y con científicos de todas las ramas. Que escudriñen en mi cabeza, a ver si estoy loco. Y que también investiguen el lugar donde se ha producido la aparición, pues algo así podría significar el descubrimiento más importante de la historia.

Y si soy tan ingenuo, tan crédulo, que no requiero de pruebas y explicaciones y me creo a pie juntillas la experiencia sobrenatural que acabo de vivir, lo último que haré será continuar mi vida cotidiana como si tal cosa. Porque acabo de descubrir que existe una especie de Cielo, que la gente, al morir, se apiña en él como si fuese una colonia desproporcionadamente colosal instalada en otra realidad. Que ellos, además, son capaces de vernos, hablarnos y relacionarse con nosotros, al menos, empujando un vaso o apagando el fluido eléctrico de la casa.

Acabo de descubrir todo eso. La próxima vez que me duerma en mi cama no sabré si a mi alrededor se pasean dos o tres fantasmas. Peor aún: ¿y si al en el baño tengo a dos mirones de ultratumba? La vida tal y como la conozco, con sus parcelas de intimidad, perdería sentido. Y, en contraposición, ganaría mayor sentido un lugar idílico al que marcharemos cuando la muerte nos dé alcance. ¿Por qué retrasarlo, entonces? En las películas y los libros, el protagonista nunca se suicida tras saber que su padre muerto está en el más allá. Si hay un lugar mejor, si este mundo sólo es un intervalo cuajado de fantasmas que vulneran mi intimidad, ¿para qué esperar? Si al suicidarme me podré reunir con mi padre y, además, con todos mis antepasados, amigos y conocidos fallecidos, ¿por qué no hacerlo sin más demora?

En la ficción, las cosas no se desarrollan así porque la taquilla no resultaría rentable económicamente. En el ámbito del miedo comercial, resulta inconcebible que toda la población se corte las venas para trascender al mundo donde les aguardan sus muertos. La obra sería catalogada como una apología al suicidio. La gente que no suele pararse a pensar demasiado sobre el asunto, influenciada por las reglas absurdas e incoherentes de ese mundo de ficción, se limitaría a reproducirlas cuando se enfrentase a lo desconocido. Pero ahí va una idea irreverente para algún guión cinematográfico que alguien se atreva a rodar: en cuanto la protagonista se vea acosada por un espíritu malvado, que se limite a volarse la tapa de los sesos para convertirse ella misma en espíritu y así combatirlo en igualdad de condiciones.

Otra opción menos drástica, si aún se quiere seguir viviendo en el mundo físico un tiempo más, sería inutilizarse la amígdala, una región de nuestro cerebro. La amígdala es el verdadero interruptor del miedo. Cuando a un paciente se le inutiliza la amígdala, el miedo desaparece de su repertorio mental.

A partir de entonces, sería incapaz de expresar miedo o identificar la expresión de miedo en sus semejantes. Como Juan Sinmiedo, pero a nivel neuroquímico. Si alguien apuntara a la cabeza de este individuo, intelectualmente percibiría el riesgo que ello supone, pero continuaría tranquilo, imperturbable, sin sudoraciones, sin temblores, sin terror. La amígdala, por lo tanto, es un centinela hipocondríaco y paranoico que otea continuamente toda experiencia sensorial. Y por eso nos gustan tanto las películas de terror o el Tren de la Bruja.

Sobre experimentos científicos en casas embrujadas, el más importante fue llevado a cabo por investigadores del Goldsmith College de Londres y el arquitecto, Usman Haque, que diseñaron una habitación “artificialmente embrujada”. Christopher French, líder del proyecto y director de la revista Skeptic, estuvo encargado de la construcción.

El estudio estuvo inspirado por otros que indicaban que se habían tenido experiencias paranormales en lugares con ondas de infrasonidos por debajo del nivel del oído humano y flujo geomagnético causado por el movimiento de las placas tectónicas. Persiguiendo éste objetivo, construyeron una tienda blanca en la sala de una casa de Londres con bocinas ocultas. (...) Los altavoces enviaban ondas de infrasonido con medidas de una supuesta catedral embrujada y otras producían una frecuencia electromagnética utilizada en el laboratorio para estimular la sensación de lo paranormal. Cada zona de la sala fue bombardeada por distintas medidas y hasta algunas zonas estuvieron libres de campos.

El experimento se realizó en 2006, con 79 estudiantes, amigos del arquitecto Haque y otros voluntarios. Después de pasar menos de una hora en la habitación, tres cuartas partes afirmaron haber tenido más de tres sensaciones raras (mareos, hormigueo, descorporeización, sueño, recuerdos, “presencias”) y, el 6%, dijo no haber sentido nada.

Sin embargo, las sensaciones descritas no tenían nada que ver con dónde se encontraban en el cuarto. Todo era sugestión. La gente sencillamente creyó que iba a suceder algo extraño.

Vía | Neoteo

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