Aunque lo hacemos con naturalidad desde muy pequeños, resulta asombrosa la capacidad de nuestro cerebro para registrar hasta detalles infinitesimales el lenguaje no verbal de los demás y, por supuesto, de expresar nuestras emociones con nuestros gestos y muecas. Un ligero desvío de mirada, un milimétrico frunce en el entrecejo, un mínimo tic en el labio… todo cuenta en la muda partida de ajedrez psicoemocional a la hora de suponer qué piensa realmente el otro y si este pensamiento se relaciona con lo que dice.
Para advertir la apabullante complejidad de estas expresiones no verbales, basta con observar la gran diversidad de sonrisas que somos capaces de formular de manera casi inconsciente.
Paul Ekman, un psicólogo que ha sido un pionero en el estudio de las emociones y sus relaciones con la expresión facial, se dedicó en la década de 1980 a aprender a controlar voluntariamente, delante de un espejo, cada uno de los casi 200 músculos de la cara. Para ello, incluso, se aplicaba ligeras descargas eléctricas para poder así localizar algunos músculos difíciles de detectar.
Tras este largo juego de muecas de psicópata, Ekman elaboró un mapa exhaustivo de los distintos sistemas musculares que se ponen en funcionamiento al exhibir cada una de las grandes emociones y sus múltiples variantes.
En el ámbito exclusivo de las sonrisas, Ekman identificó 18 tipos diferentes de sonrisa basados en distintas combinaciones de los 15 músculos faciales implicados. Daniel Goleman describe alguna de ellas en su libro Inteligencia social:
Entre ellas cabe señalar, por nombrar sólo unas pocas, la sonrisa postiza que parece pegada a un rostro infeliz y transmite una actitud del tipo sonríe y apechuga que parece el reflejo mismo de la resignación; la sonrisa cruel que exhibe la persona malvada que disfruta haciendo daño a los demás y la sonrisa distante característica de Charlie Chaplin, que moviliza un músculo que la mayoría de la gente no puede mover voluntariamente y parece, como dice Ekman, reírse de la risa.
Una de las más conocidas, sin embargo, es la sonrisa de Duchenne, llamada así en honor al médico investigador francés Guillaume Duchenne. Es un tipo de sonrisa que involucra la contracción de los músculos cigomático mayor y menor cerca de la boca, los cuales elevan la comisura de los labios, y el músculo orbicular cerca de los ojos, cuya contracción eleva las mejillas y produce arrugas alrededor de los ojos.
Muchos investigadores han sugerido que la sonrisa de Duchenne indica una emoción espontánea y genuina ya que la mayor parte de las personas no pueden contraer a voluntad el músculo orbicular.
Las sonrisas genuinas que transmiten alegría espontánea son, con toda probabilidad, las más poderosas, y también las más íntimamente relacionadas con la convivencia con los demás, pues son las que se registran más fácilmente por las neuronas espejo destinadas a detectar sonrisas y desencadenar las nuestras. Por eso hay risas que son más contagiosas que otras, independientemente de que la mayoría ya lo sean.
Preferimos rostros felices y sonrientes. Algunos neurocientíficos sugieren que el cerebro posee un sistema que nos predispone hacia los sentimientos positivos y nos lleva a asumirlos con mayor frecuencia que los negativos.
Ciertamente, la risa puede ser la distancia más corta entre dos cerebros, provocando un contagio irrefrenable que establece un vínculo social inmediato.21 Cuanto más amigos sean dos adolescentes, por ejemplo, más atolondradamente se reirán y mayor será la sincronía que experimentarán o, dicho en otras palabras, mayor será su resonancia, hasta el punto de que lo que para un padre puede simplemente parecerle un bullicio infernal puede resultar, para su hijo, el paradigma de la proximidad.
Vía | Inteligencia social de Daniel Goleman