Una de las razones por las que la historia no es una ciencia en sentido estricto es que la historia la cuentan los vencedores, y el pasado suele colarse fácilmente por las fisuras de la memoria y las manipulaciones documentales como la arena entre los dedos.
Los dictadores de la novela distópica de George Orwell 1984 se aprovechaban de estos impedimentos inherentes de la fidelidad histórica para revisarla a su conveniencia. Una de sus frases memorables era “Oceanía siempre ha estado en guerra con Eurasia”, cuando en realidad no era así.
La historia adolece de este defecto y es tan fácilmente manipulable porque nuestros cerebros no son buenos recordando hechos pretéritos. Los recuerdos se revisan continuamente dentro de nuestro cráneo, como si miles de dictadores de 1984 estuvieran allí instalados.
A propósito de ello, el psicólogo Gary Marcus señala:
Cada vez que accedemos a un recuerdo, éste pasa a ser “lábil”, a estar sujeto a cambios, y esto parece aplicable a recuerdos que consideramos especialmente importantes y muy arraigados, tales como los de acontecimientos políticos o nuestras propias experiencias.
Los recuerdos son fácilmente distorsionados por el transcurrir del tiempo. No son nada fiables. Por ello los testigos oculares de accidentes o delitos tienen tan poco peso en realidad (sus aseveraciones precisan de pruebas complementarias, y la historia del Derecho está llena de ejemplos de personas que aseguraron haber visto algo que luego no se produjo realmente).
Incluso nuestra autobiografía es víctima de nuestra manera de traer los recuerdos al presente: como si pescáramos en un caudaloso río. Un buen ejemplo muy bien documentado científicamente es el Ross Perot, en 1992. Perot es un multimillonario un poco freak de Texas que se presentó a las elecciones presidencias como candidato independiente.
De pronto, Perot, aunque había atraído a muchos votantes, se retiró de la carrera.
En ese momento, una psicóloga emprendedora, Linda Levine, preguntó a los seguidores de Perot qué opinaban de su retirada de la campaña. Cuatro años después, Perot volvió a participar en la carrera electoral, y fue entonces cuando Levine dispuso de una ocasión inesperada para recabar información de seguimiento:
Poco después del día de las elecciones, Levine preguntó a la gente a quién había votado finalmente, y qué opinión tenía de Perot antes, cuando había abandonado durante su primera campaña. Levine descubrió un cambio en el recuerdo de la gente de sus propias opiniones. Quienes volvieron a confiar en Perot cuando éste reanudó su candidatura tendieron a encubrir sus recuerdos negativos de la retirada, olvidando lo traicionados que se habían sentido, mientras que la gente que había retirado su apoyo a Perot, y al final acabó votando a otro candidato, encubrió los recuerdos positivos que tenían de él, como si nunca hubiera tenido la intención de votarle.
En conclusión, que con Franco vivíamos mejor, ¿no?
Vía | Kluge de Gary Marcus