A pesar de que empecemos con buen pie y con muchas ilusiones depositadas en una bicicleta estática nueva, unas mancuernas que prometen que nuestro bíceps se abultarán considerablemente o cualquier otra herramienta para moldear nuestra figura... lo cierto es que, en su gran mayoría, todo ello acabará abandonado y cubierto de polvo.
Esto se debe fundamentalmente a que nuestro optimismo sobre el futuro se extiende no solo a las decisiones que tomamos, sino a lo fácil que nos resultará hacer lo que decimos que haremos.
El truco de la mente
Este pequeño ardid de nuestra mente es, a su vez, un gran problema si nos comprometemos con una rutina de ejercicios (que incluso en estos días de confinamiento por coronavirus puede terminar de la misma manera). El efecto fue puesto en evidencia por dos profresores de marketing: Robin Tanner, de la Universidad de Wisconsin, en Madison, y Kurt Carlson, de la Universidad de Duke.
Concluyeron que hasta el 90 % de los aparatos para hacer ejercicio que adquirían los consumidores terminaban sin ser usados. Para averiguar cuáles eran sus esperanzas, y cómo naufragaron, realizaron varias preguntas a los participantes del estudio.
Se preguntó, por ejemplo, cuántas veces por semana creían que harían ejercicio en el próximo mes. Eso se preguntó a un grupo, pero a otro se le preguntó lo mismo añadiendo al inicio "en un mundo ideal". Lo irónico es que las respuestas de ambos grupos no fueron diferentes. No había distinción entre un mundo ideal y otro real.
Tal y como lo explica la psicóloga Kelly McGonigal en el libro Autocontrol:
Nos olvidamos de los retos de hoy, creyendo que en el futuro tendremos más tiempo y energía. Creemos tener derecho a dejar las cosas para mañana, seguros de que en el futuro ya nos ocuparemos mejor de ellas.
En el estudio citado se hicieron más preguntas en diferentes momentos, y el optimismo ilusorio de los participantes eran casi siempre injustificado. Al cabo de dos semanas de la primera prueba, casi todos admitieron que habían hecho menos ejercicio del prometido. Entonces se les pidió que volvieran a ponderar cuánto ejercicio harían en los dos semanas siguientes. Las estimaciones de la mayoría fueron incluso más altas que en la primeras predicciones, a pesar de que se habían revelado como inexactas.
Fue como si se tomaran en serio su cantidad de días previstos y se estuvieran asignando para el futuro hacer más ejercicio aún para subsanar su "inusual bajo" rendimiento físico. En lugar de ver las dos semanas anteriores como la realidad y sus primeras estmaciones como un ideal irrealista, las veían como una anomalía.
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