Nos gusta estar rodeados de personas que se parecen de nosotros. También nos enamoramos de personas de similares características que nosotros. Pero en 2004, el psicólogo John Jones y sus colegas fueron un poco más en esta tendencia endogámica inconsciente.
Tras analizar 15.000 actas matrimoniales del condado de Walker, Georgia, y en el de Liberty, Flirica, llegaron a la correlación de que la gente contrae matrimonio con más frecuencia con cónyuges cuyo nombre tiene la misma inicial que el suyo, superando el mero azar.
Este estudio, quizás un poco aventurado, es analizado así por el psicólogo David Eagleman en su libro Incógnito:
No es algo que tenga que ver exactamente con las letras: se trata más bien de que sus cónyuges de algún modo les recuerdan a sí mismos. La gente tiende a amar su propio reflejo en los demás. Los psicólogos lo interpretan como un inconsciente amor hacia uno mismo, o quizá con la comodidad experimental de las cosas conocidas, y lo denominan egoísmo implícito.
Lo que parece más evidente es que el amor por uno mismo, este egoísmo implícito, nos conduce a identificarnos más con un personaje de ficción si se llama como nosotros.
Y que se producen correlaciones signiticativas en otros ámbitos. Por ejemplo, si a un grupo de personas se les presenta dos marcas ficticias de té, por ejemplo, tienden a escoger como preferido que comparte las tres primeras letras del nombre del sujeto. Por ejemplo, Tommy prefería la marca Tomeva antes que la Lauler. Incluso le sabía mejor al paladar (a pesar de que era siempre el mismo té).
Imagen | davitydave
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