En la anterior entrega de este artículo os adelantaba que los líderes, sobre todo si tienen muchos seguidores, nos infunden confianza… aunque estén completamente equivocados.
Dichos líderes no tardarán demasiado en conseguir que otras personas repitan mansamente lo que dicen. Al descubrir que el líder tiene tantos fieles, pensaremos: si el río suena, agua lleva, y seremos mucho menos críticos y más confiados con sus aseveraciones.
Sólo así, y mediante otras dinámicas psicológicas más sutiles, se explican los suicidios colectivos para trascender dimensión, cruzar puertas celestiales o esperar la abducción extraterrestre prometida por un tipo de túnica blanca.
Y si el profeta se equivoca en su afirmación, no importa. A principios de los años 1950, el psicólogo Leon Festinger hizo que varios observadores se infiltraran en una secta cuyo líder, Marian Keech, a través de un episodio de escritura automática procedente de inteligencias extraterrestres, profetizó que habría una gran inundación el 21 de diciembre de 1954.
El desastre no tuvo lugar, por supuesto. Y Festinger obtuvo una profunda y fascinante comprensión de la psicología de los integrantes de las sectas (o de cualquier otro grupo social fuertemente cohesionado y aislado de la sociedad en general), tal y como explica Richard Wiseman en su libro ¿Esto es paranormal?:
Keech se puso a llorar. (…) pocas horas después dijo que había recibido otro mensaje de los extraterrestres, donde explicaban que el cataclismo predicho se había suspendido porque el grupo había conseguido diseminar la luz por todo el mundo. El estudio de Festinger ilustra que la gente tiene una extraordinaria capacidad de hacer caso omiso de las pruebas en vez de cambiar sus queridas creencias. (…) Sólo dos miembros del grupo de Keech, que estaban menos comprometidos desde el principio, dejaron de creer en las palabras de su gurú. Festinger se percató de que, tras el fracaso, en vez de irse avergonzados con el rabo entre las piernas, muchos miembros del grupo estuvieron todavía más entusiasmados con la idea de difundir el mensaje del grupo. (…) Festinger explicó este curioso comportamiento especulando que estaban intentando convencerse de que sus creencias eran correctas convenciendo a los demás, ya que, si mucha gente cree en algo, es evidente que debe ser cierto.
En resumidas cuentas, cuando alguien me pregunta si le doy validez a la homeopatía, le respondo que yo no lo sé, ni él tampoco, y que probablemente no lo sabe nadie que él conozca: saberlo requeriría meses, quizá años de investigación, de lectura, de contrastar, de afianzar conocimientos de física y química. Cuando alguien me pregunta, pues, le remito a la opinión de los expertos, al consenso de las revistas científicas reputadas, a los meta análisis.
Y le digo: no hay evidencia de que funcione por esto, y si funcionara, entonces el que consiga demostrarlo de forma inequívoca recibirá el premio Nobel, y ello obligará a reescribir muchas cosas que creíamos ciertas y elementales sobre física o química.
Es la mejor respuesta que se me ocurre. Y entonces, sí, suele suceder aquello de: “pues a mí me funciona”. Y entonces es cuando no puedo evitar poner los ojos en blanco.