Si fuéramos un marciano estudiando la forma en que los seres humanos se comunican con sus vástagos, descubriríamos que en tal comunicación se produce cierto grado de histrionismo, teatralidad, voces chillonas, vocales alargadas, como si los adultos tuvieran que comportarse como dibujos animados (o como Jim Carrey) frente a los bebés. Esa particular forma de hablar con los bebés, incluso, tiene su propia nombre: maternés.
Se ha demostrado que esta particular forma de interactuar con los bebés es la más adecuada. Es mejor contarles las últimas noticias de Wall Street con el énfasis de un cuento infantil que narrar un cuento infantil con la seriedad e inexpresividad de un robot.
Para mostrar tal cosa, se han realizado experimentos llamados de “cara inmóvil”, como los que expone Alva Noë en Out of Our Heads: Why You Are Not Your Brain and Ohter Lessons from the Biology of Consciousness.
En tales experimentos se solicita que una madre interrumpa las interacciones con su bebé y ponga una cara pasiva, carente de expresión. Cuando esto sucede, según David Brooks en El animal social:
Para los bebés esto es sumamente desconcertante. Se muestran tensos, lloran, se inquietan. Hacen un gran esfuerzo por recuperar la atención de la madre, y si pese a todo no hay respuesta, también ellos se vuelven pasivos y se encierran en sí mismos. Ello se debe a que los bebés organizan sus estados internos al ver su mente reflejada en la cara de los demás.
Ver todos los comentarios en https://www.xatakaciencia.com
VER 1 Comentario