Ya nos hemos habituado a aceptar que, diariamente, las víctimas de la COVID-19 se cuentan por centenares. Lo que en otros ámbitos sería un escándalo solamente si se produjera una decena de víctimas, o incluso una o dos víctimas, aquí no nos conmueve tanto, o al menos no proporcionalmente.
Esto sucede. básicamente, por dos efectos psicológicos: “efecto singularidad” (singularity effect) y "adormecimiento psíquico" (psychic numbing).
Singularidad y adormecimiento
Las grandes atrocidades no generan reacciones proporcionales para motivar la acción, pero las historias individuales alcanzan niveles más profundos de nuestras emociones y nos empujan a actuar con mayor urgencia e inversión de medios.
Por ello, la gente dona mucho más dinero para ayudar a una víctima identificable (por ejemplo, un niño o una familia) que a una víctima no identificable, sobre todo si hablamos de un número muy amplio de víctimas.
Los autores de este reciente estudio, de agosto de 2020, confirmaron este sesgo al realizaron análisis de textos del New York Times y otras fuentes que publican la pérdida de vidas, analizando el afecto y la emoción del texto (sentimental analysis) en los lectores. Concluyéndose, en suma, que: cuanto más mueren, menos nos importa.
En otras palabras: nuestra capacidad para sentir simpatía por las personas necesitadas parece limitada, y esta forma de fatiga por compasión puede conducir a la apatía y la inacción, en consonancia con lo que se ve repetidamente en respuesta a muchas catástrofes humanas y ambientales a gran escala.
O como resumía el premio Nobel de Medicina Albert Szent-Gyorgi:
Me conmueve profundamente ver a un hombre sufriendo y arriesgaría mi vida por él. Luego hablo impersonalmente sobre la posible pulverización de nuestras grandes ciudades, con cien millones de muertos. Soy incapaz de multiplicar el sufrimiento de un hombre por cien millones.
Este tendencia a conceptualizar a la humanidad como unos pocos individuos se debe a que no tenemos suficiente capacidad mental para procesar a tantas personas. Nuestro cerebro se fraguó en un mundo pretérito donde formábamos parte de tribus de apenas 100 o 150 individuos. Gastar energía mental en más individuos era un despilfarro.
Por esa razón, también, tendemos a pensar en los autores de los inventos o las obras literarias como genios únicos y no tanto como ecosistemas de factores (en los que también intervienen cientos o miles de otros cerebros). O que el libertinaje de ciudades como Ámsterdam se debe a políticas creadas por seres humanos y no casualidades interconectadas, como el descubrimiento algo diminuto en la entrañas de los arenques y que Ámsterdam fue levantada sobre un lodazal:
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