La flexibilidad de nuestro paladar es extraordinaria, y en gran parte es algo aprendido (aunque exista una base biológica, innata). Por eso hay culturas donde es normal comer cosas que en otras resultan vomitivas, como la morcilla, el cibreo o un tiburón peregrino podrido.
También es cierto que, en general, nuestro sentido del gusto es tan limitado que fácilmente se ve distorsionado por el olfato, pues éste es 10.000 veces más intenso que el sentido del gusto. En 2007, Malika Auvray y Charles Spence publicaron un estudio en el que señalaban que, si sentimos que algo tiene un olor fuerte mientras lo comemos, el cerebro tiende a interpretarlo como un sabor.
Sabores culturales
El gusto por sabores más complejos o diversos se forja en los primeros años de edad. Si en estos primeros años no se expone al niño a determinada variedad, más tarde le resultará difícil atreverse a traspasar buena parte de las fronteras gastronómicas.
De hecho, el asco cultural a un alimento puede llegar a ser tan profundo que incluso cuando se está pasando hambre, resulta preferible no comer.
Por esa razón, cuando rechazamos un alimento no siempre hay detrás un remilgo burgués. Tal y como abunda en ello la experta Bee Wilson en su libro El primer bocado:
En la mayoría de situaciones en que aparecen alimentos inusuales, es fácil que el asco supere al hambre. Es falso que haya un estado de hambre absoluta en que los niños comerían cualquier cosa. Entre los niños más hambrientos del planeta, el hambre sigue siendo concreta y no abstracta. No la puede satisfacer cualquier cosa.
El ejemplo paradigmático de cómo una cultura es tan rara que come cosas que se nos pueden antojar inconcebibles es el siguiente: una parte de la descripción del banquete que se sirve en la película Indiana Jones y el templo maldito, extraído de la adaptación literaria de James Kahn:
Un segundo plato había sido colocado sobre la mesa por los criados. Esta vez era una boa constrictor hervida y humeante guarnecida con hormigas fritas. Uno de los criados practicó una incisión en la parte central del reptil de la que brotó una masa de convulsas angulas vidas.
Hablamos más extensamente de esta escena, así como de los límites del asco, de los alimentos más asquerosos, y también de todas las cosas asquerosas que comemos sin darnos cuentas (restos fecales, pelos de rata o huevos de mosca, entre otros) en el siguiente vídeo que os recomendamos visionar solo si no estáis comiendo algo ahora mismo:
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