Con las elecciones estadounidenses en el horizonte, los broncos debates en el parlamento español, quienes trazan fronteras imaginarias entre Ellos / Nosotros (coincidan o no con accidentes geográficos), así como los algoritmos de las redes sociales, parece que cada vez estamos más polarizados.
Y esto es un problema grave, porque el partidismo no solo nos separa a nivel electoral, sino que lo distorsiona todo.
Conservadores y liberales
En general, los conservadores desean seguridad, previsibilidad y autoridad más que los liberales, y los liberales o progresistas, que se sienten más cómodos con la novedad, los matices y la complejidad.
El volumen de materia gris que forman la corteza cingulada anterior, un área que ayuda a detectar errores y resolver conflictos, tiende a ser mayor en los liberales. Y la amígdala, que es importante para regular las emociones y evaluar las amenazas, es más grande en los conservadores.
Si bien estos hallazgos son notablemente consistentes, solo podemos predecir una tendencia, lo que significa que hay mucha variabilidad individual. Además, tampoco sabemos qué fue antes, si el huevo o la gallina: ¿los cerebros empiezan a procesar el mundo de manera diferente o se vuelven cada vez más diferentes a medida que evolucionan nuestras políticas?
Comprender la influencia del partidismo en la identidad, incluso hasta el nivel de las neuronas, "ayuda a explicar por qué la gente coloca la lealtad al partido por encima de la política, e incluso por encima de la verdad", sugieren los psicólogos Jay Van Bavel y Andrea Pereira, ambos de la Universidad de Nueva York, en un estudio publicado en Trends in Cognitive Sciences. Estas afiliaciones sirven a múltiples objetivos sociales: alimentan nuestra necesidad de pertenencia, y respaldan nuestros valores morales. Y nuestro cerebro los representa tanto como lo hace con otras formas de identidad social, como pasa con los Serpientes de Cascabel y los Águilas:
Entre otras cosas, la identidad partidista nubla la memoria. En un estudio de 2013, los liberales eran más propensos a recordar mal que George W. Bush se había quedado de vacaciones después del huracán Katrina, y los conservadores tenían mayor probabilidad de recordar falsamente haber visto a Barack Obama estrechar la mano del presidente de Irán.
La identidad partidista también da forma a nuestras percepciones. Cuando se les mostró un video de una protesta política en un estudio de 2012, los liberales y conservadores eran más o menos propensos a estar a favor de llamar a la policía dependiendo de su interpretación del objetivo de la protesta.
Si el objetivo era liberal (oponerse a que los militares prohibieran el servicio a las personas abiertamente homosexuales), era más probable que los conservadores quisieran a la policía. Lo contrario sucedió cuando los participantes pensaron que era una protesta conservadora (oponiéndose a una clínica de aborto).
El campo aún emergente de la neurociencia política ha empezado a ir más allá de la descripción de las diferencias cerebrales estructurales y funcionales básicas entre personas de diferentes ideologías, por ejemplo midiendo quién tiene la amígdala más grande, yendo hacia investigaciones más matizadas de cómo ciertos procesos cognitivos subyacen en nuestro pensamiento político y toma de decisiones.
Conocer cómo el partidismo nos afecta no resolverá mágicamente el problema del partidismo, pero los investigadores confían en que seguir entendiendo la forma en que el partidismo influye en nuestro cerebro podría al menos permitirnos contrarrestar sus peores efectos, como la división que puede romper los valores compartidos necesarios para mantener un sentido de unidad: despolitizar el nuevo coronavirus, por ejemplo, para unirnos contra él.
Si entendemos lo que está funcionando mal a nivel cognitivo, podríamos intervenir y tratar de aliviar algunos de los efectos negativos del partidismo y tratar de ser más justos y ecuánimes. E incentivar la necesidad de ser más justos podría aumentar la importancia que se le otorga a ese objetivo: se ha demostrado que pagar dinero por respuestas precisas o responsabilizar a las personas por respuestas incorrectas ha demostrado ser efectivo. Es un primer paso. Nuestro futuro depende de ello.
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