Estos días he estado visionado por televisión la visita del Papa a España o JMJ (¡juas!). Y he tomado notas. No porque el Papa me interese particularmente sino por las vibraciones sociológicas que pueden percibirse en cada fotograma del evento: cómo se comportan las personas, cómo la fe más irracional empuja a la gente que no encuentra solaz en otros sitios, cómo hincaban la rodilla los diferentes miembros del gobierno frente a un líder teocrático disfrazado que luego viajaba en una urna por la A-2, cosas así.
Pero sobre todo me sirvió para comprobar de nuevo que las personas, cuando están en grupo, se vuelven más radicales. Un buen ejemplo son las imágenes que visioné de la manifestación laica al toparse con los jóvenes católicos, mediando entre todos la policía más bruta que haya podido ver en los últimos años (exceptuando los desalojos de los Indignados en Plaza Cataluña). Y bueno, si bien me adscribo ideológicamente a uno de esos grupos (sólo a uno), los tres grupos me pareció que tropezaban en los mismos errores. Gritar hasta que se pone la vena gorda, por ejemplo, tal y como señala con su particular estilo Arturo Pérez Reverte en un reciente tweet: Un energúmeno con las venas del cuello hinchadas, desaforado, gritándole en la oreja a una muchacha asustada que besaba un crucifijo. Así no se llega demasiado lejos.
Estoy convencido de que muchos de los integrantes de los tres grupos (aunque la distribución no sea equitativa) son personas inteligentes y cultivadas. Sin embargo, algo sucede cuando la gente pertenece a un grupo fuertemente cohesionado. La gente parece entonces suspender el juicio y dejarse embargar por las pasiones más bajas.
Hay numerosos experimentos que sugieren esta inclinación. Por ejemplo, un estudio de principios de 1970 realizado por el graduado del MIT James Stoner, que determinó que la gente solía tomar decisiones más arriesgadas cuando formaba parte de un grupo.
En la primera parte del estudio, Stoner solicitó a varias personas que interpretaran el papel de un orientador, y entonces se les presentaron distintas situaciones en las que alguien se enfrentaba a un dilema: en ellas debían escoger cuál de las dos opciones ofrecidas era la mejor. Cada opción representaba un nivel de riesgo diferente.
Más tarde, Stoner dividió a los participantes en grupos de cinco personas. Los grupos tenían que hablar sobre las situaciones y alcanzar un consenso.
Los resultados demostraron claramente que las decisiones tomadas por los grupos tendían a ser más arriesgadas que las tomadas por los individuos. (…) Cientos de estudios posteriores han demostrado que este efecto no consiste en tomar decisiones arriesgadas en sí, sino en la polarización. En los estudios, ya clásicos, de Stoner, varios factores hicieron que el grupo tomase decisiones más arriesgadas, pero, en otros experimentos, los grupos llegan a ser más conservadores que los individuos. En resumen, formar parte de un grupo exagera las opiniones más extremas de las que tomarían ellos solos. Según la inclinación inicial de los individuos del grupo, la decisión final puede ser arriesgada en extremo o conservadora en extremo.
Esta tendencia puede tener serios efectos sociales, como sugirió el estudio de Myers y Bishop de 1971 publicado en Journal of Personality and Social Psychology titulado “Enchancement of Dominant Attitudes in Group Discussion”: si se reúne un grupo de personas con prejuicios raciales, toman decisiones aún más radicales sobre problemas de contenido racial.
Si se trata de un grupo de empresarios que están dispuestos a invertir en proyectos fallidos, estarán más dispuestos todavía a seguir tirando dinero en esa mala inversión, como sugería el estudio de Whyte “Escalating Commitment in Individual and Group Decision-Making: A Prospect Theory Approach”, publicado en 1993 en Organizational Behavior and Human Decision Proceses.
Tal y como señala Richard Wiseman:
Si juntamos a un grupo de adolescentes agresivos, aumenta la probabilidad de que la pandilla actúe de forma violenta. Si permitimos que unas personas con fuertes ideologías religiosas o políticas pasen tiempo juntas, se formarán puntos de vista aún más extremos y, a menudo, más violentos. El efecto surge incluso en Internet, donde los individuos que participan en las listas de discusión y chats expresan opiniones y actitudes más extremas de lo que es normal en ellos.
Puede que, entre otras razones, muchas de nuestras ideas que nos parecen raras, extremas o socialmente inaceptables, encuentre acomodo cuando nos rodeamos de personas que piensan como nosotros. Al expresar esos pensamientos, entonces animamos a los demás que compartir con nosotros sus sentimientos extremos.
Otros estudios demuestran que, comparados con los individuos, los grupos suelen ser más dogmáticos, más capaces de justificar acciones irracionales, más inclinados a ver sus acciones como morales y más proclives a desarrollar visiones estereotípicas de los otros. Además, cuando hay personas muy tenaces dirigiendo las discusiones del grupo, pueden presionar a los demás para que se conformen a él, alentando la autocensura y creando una ilusión de unanimidad.
En resumidas cuentas, que aquella frase que tanto me gusta del filósofo Gustavo Bueno parece tener apoyo empírico: 100 individuos, que por separado pueden constituir un conjunto distributivo de 100 sabios, cuando se reúnen pueden formar un conjunto atributivo compuesto por un único idiota.
Podéis leer más sobre la idiotez y el radicalismo de los grupos humanos en otros artículos como La mayoría se equivoca: matemáticamente comprobado o Si mucha gente cree una cosa no significa que ésta sea verdad: la disonancia cognitiva de los grupos.
Vía | 59 segundos de Richard Wiseman