Supongo que a nadie le atrae la idea de pagar casi tres euros por hora de aparcamiento, tal y como sucede en la ciudad de Barcelona. Tampoco nos gusta la idea de que cada vez haya más zonas de aparcamiento regulado. Sencillamente no podemos evitar pensar que, detrás de todo ello, está el brillo fenicio de la avaricia.
Pero la razón de que existen aparcamientos de pago no es el enriquecimiento sino la única manera efectiva de que existan aparcamientos para todos. Hasta ahí, estamos más o menos todos de acuerdo. Pero ¿y la existencia de aparcamientos gratuitos? ¿Resulta lógico que existan zonas gratuitas para aquéllos que las consigan o para los que necesiten aparcar mucho tiempo?
Los estudios al respecto indican que no: los aparcamientos gratuitos son un problema, no sólo para encontrar aparcamiento sino para muchas otras cosas.
Parafraseando al cómico Jerry Seinfeld, esas horas nocturnas en las que los coches buscan aparcamientos gratuitos para pasar la noche y parte de la mañana se parece al juego de la sillas: un grupo de personas intentan sentarse en un número inferior de sillas cuando deje de sonar la música. El problema es que todo el mundo se sentó allá por 1964.
Pero vayamos paso a paso. El primero escollo a la hora de buscar aparcamiento es nuestra predisposición psicológica a buscar un buen sitio, que esté cerca del sitio al que nos dirigimos. Sin embargo, en general, pasamos más tiempo buscando este sitio codiciado del que pasaríamos andando desde un sitio más lejano.
Es lo que observó Andrew Velkey, profesor de psicología en la Universidad Christopher Newport de Virginia, tras estudiar el comportamiento de quienes aparcaban en un Wal-Mart de Mississipi.
Lo interesante fue que, aunque los individuos que trazaban ciclos pasaban más tiempo conduciendo en busca de un sitio donde aparcar, de media no quedaban más cerca de la puerta, ni por tiempo ni por distancia, que quienes usaban el “elige una fila y el sitio más cerca.
En otras palabras, tendemos a infravalorar el tiempo que tardamos en llegar a alguna parte en coche y a sobrevalorar el que hará falta para ir a pie.
Este defecto importa más de lo que parece. Y convierte los aparcamientos gratuitos en algo así como un cáncer de tráfico, como os explicaré en la próxima entrega de este artículo.
Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt