Walker enseñó a diferentes conductores cualificados una fotografía de un ciclista detenido en un cruce que miraba hacia la calle del otro lado pero que no efectuaba la señal de giro con el brazo. ¿Qué pasó cuando se les pidió que predijeran el siguiente movimiento del ciclista? Que un 55 % respondió que no iba a girar, y el 45 % restante dijo lo contrario.
En otro estudio, Walker enseñaba fotografías de un ciclista con ropa llamativa en diferentes situaciones del tráfico de un pueblo inglés.
Valiéndose de un ordenador, se pedía a los sujetos que eligieran entre “parar” o “seguir” en función de lo que pensaban que iba a hacer el ciclista en diversos cruces. Se mostraba a los ciclistas haciendo la señal correcta del giro del brazo, echando un vistazo fugaz o más largo por encima del hombro o no haciendo ninguna señal. Los resultados se anotaban según el número de “buenos resultados” (cuando el conductor tomaba la decisión correcta), “falsas alarmas” (el conductor paraba cuando no debería) y lo que Walker predecía que serían colisiones.
Lo que ocurría a menudo es que los conductores pecaban de cautelosos, había muchas falsas alarmas. Pero también pasaba algo muy curioso: cuando el ciclista ofrecía claras indicaciones, como la señal de giro con el brazo, ahí es justo cuando se producían la mayoría de colisiones. ¿Por qué la buena señalización provocaba que el conductor del coche no reaccionara correctamente?
La respuesta puede ser que los ciclistas son culpables simplemente de parecer humanos, en vez de coches anónimos. En un estudio anterior, Walker hizo que los sujetos contemplaran diversas fotografías de tráfico y describiesen lo que pasaba. Cuando los sujetos veían una fotografía con un coche, tenían más probabilidades de referirse al tema de la foto como a una cosa. Cuando observaban una imagen donde aparecía un peatón o un ciclista, era más probable que empleasen un lenguaje que describía a una persona.
¿Y esto cómo afecta a la conducción? Al parecer, según Walker, lo que hacemos es emplear demasiada capacidad mental en mirar a la cara y los ojos del ciclista, como demostraron estudios en el que se empleaba software de seguimiento de los ojos. Allí es donde la mirada pierde más tiempo.
Eso parece ocupar más tiempo que el acto de mirar simples cosas y conllevar más esfuerzo mental (los estudios han demostrado que las lecturas electroencefaográficas, o EEG, forman picos cuando se encuentran las miradas de dos personas). Quizá intentemos obtener de ellos más información que el simple dato de hacia dónde van a girar. Quizá busquemos indicios de hostilidad o bondad. Quizá busquemos altruismo recíproco. Quizá nos fijemos en hacia dónde miran en vez de a lo que indica su brazo.
Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt