A grandes rasgos, la grafología es el estudio de la personalidad de un individuo a partir de las características de su escritura.
Una teoría que recuerda a la de Freud, que creía que se podía categorizar a las personas según el orificio corporal que les procuraba mayor placer. Francis Galton se fijaba en los bultos del cráneo, como quien estudia la orografía del terreno para comprender la personalidad de sus habitantes. Jung estaba convencido de que la personalidad la determinaba la posición de las estrellas en el momento del nacimiento.
¿La grafología entraría dentro de esta lista de insensateces? Vamos a verlo, y de paso voy a descubriros una técnica mucho mejor que la grafología para identificar a alguien por su forma de escribir.
De un tiempo a esta parte, junto con los polígrafos que dicen detectar si mentimos o decimos la verdad, ha aparecido un ejército de grafólogos que aseguran poder correlacionar el tipo de letra que tenemos y otros garabatos con algunos rasgos generales de nuestra personalidad, incluso nuestra inteligencia, nuestra salud e incluso nuestros instintos criminales. También hay muchos departamentos de selección natural usan la grafología para seleccionar a los aspirantes al puesto.
Los grafólogos examinan lazos, las “i punteadas”, las “t cruzadas”, el espaciamiento de las letras, inclinaciones, alturas, movimientos de cierre, etc., pues creen que tales minucias de la escritura son manifestaciones físicas de funciones mentales inconscientes.
Pero ¿esto es ciencia? Aunque determinados rasgos de nuestra escritura pudieran supuestamente estar asociados a determinados rasgos de la personalidad, ¿se pueden sacar conclusiones definitivas sobre la conducta o características individuales de una persona?
En el siguiente video, el divertido James Randi demuestra cómo la teoría cae por su propio peso:
Los estudios sobre la utilidad de la grafología no son muy rigurosos. Por ejemplo, el investigador Geoffrey Dean recopiló 16 artículos académicos que estudiaban la grafología en el trabajo.
Comparó las predicciones de los grafólogos sobre el rendimiento de los empleados con las puntuaciones de los supervisores de dichos empleados durante el periodo de formación. Los resultados revelaron que había poca relación entre las predicciones de los grafólogos y el éxito laboral. De hecho, los grafólogos eran tan precisos como un grupo de control de profanos que no tenía ninguna experiencia en grafología.
Pero ¿y fuera del ámbito laboral? ¿Podría decirse, por ejemplo, que yo soy tímido porque mi letra es muy pequeña, casi minúscula? Dean comparó los intentos de los grafólogos para determinar el carácter de una persona con las puntuaciones de esa persona en tests de personalidad con validez científica. Tras revisar 53 artículos, la conclusión fue demoledora:
No sólo era escasa la precisión de los grafólogos, sino que obtenían la misma puntuación que los grupos de control con personas sin formación ni conocimientos para la evaluación de la personalidad a través de la escritura.
Como veis, la grafología se parece bastante a la astrología. Es decir, que estamos ante otra manifestación del llamado efecto Forer (o falacia de validación personal o efecto Barnum, por P. T. Barnum): los individuos darán aprobación de alta precisión a descripciones de su personalidad que supuestamente han sido realizadas específicamente para ellos, pero que en realidad son generales y suficientemente vagas como para poder ser aplicadas a un amplio espectro de gente.
Pero como os dije, hay una técnica científicamente válida para averiguar algo sobre la escritura de una persona. Os hablaré de ello en la próxima entrega de este artículo sobre el fraude de la grafología.
Vía | 59 segundos de Richard Wiseman / Cerebros no lavados / El Mundo