A pesar de que la idea de que somos esencialmente egoístas ha arraigado en muchas esferas de la cultura a lo largo de la historia, aquello de que el hombre es un lobo para el hombre, que decía Hobbes, lo cierto es que hay muchas evidencias científicas que demuestran justo lo contrario: en las condiciones adecuadas, el ser humano es social, cooperativo y empático.
Eso no significa que a la gente no le importe el dinero, por ejemplo, porque vivimos en un mundo donde el dinero es importante. Pero sí revela que el dinero no nos satisface tanto si lo comparamos con otros factores, como las experiencias o ser aceptado por los demás, y que los mayores incentivos para que hagamos cosas no nacen necesariamente de lo crematístico.
Incluso si se afirma que el dinero lo es todo y el egoísmo es preponderante, parece que esta idea solo es acertada en un porcentaje pequeño de la humanidad. Como explica Yochai Benkler en su libro El Pingüino y El Leviatán:
Sabemos gracias a cientos de estudios experimentales que en una situación determinada, cabe esperar que la mitad de la población se comporte de manera cooperativa y generosa, y una tercera parte de la población lo haga de manera egoísta. Por lo tanto, lo que realmente necesitamos son sistemas que aprovechen tanto las motivaciones sociales como las egoístas, evitando al mismo tieso que estas últimas excluyan a las primeras.
Lo que Benkler señala es que deberíamos apostar por sistemas que ofrezcan recompensas materiales a quienes tienden a sentirse incentivados por ellas, sin frenar por eso a quienes están intrínsecamente inclinados a cooperar.
Es decir, no debemos entorpecer el desarrollo de cosas como el software de código abierto, en el que a muchos de los participantes se les remunera por trabajar en el proyecto, pero a muchos otros no y, a pesar de ello, contribuyen de forma gratuita.
El éxito del software libre y de código abierto no cesa de desconcertar a los economistas. ¿Cómo es posible que un software producido en gran medida por voluntarios que no son propietarios del mismo ni obtienen beneficios del código que crean, sea mejor que un software elaborado por desarrolladores que cobran por ello?
La razón más habitual que aducen los que colaboran de forma altruista en estos proyectos de código abierto es que lo hacen por el placer o el disfrute intelectual. Concretamente ofrecen esta respuesta el 44% de los entrevistados en un estudio clásico elaborado por Karim Lakhani y Robert Wolf. La segunda razón más importante consistía en mejorar sus conocimientos. Otra razón ampliamente citada era más normativa o ideológica: los códigos deberían ser abiertos.
Por lo tanto, la gente aporta su tiempo y su esfuerzo de manera gratuita porque creen que es lo correcto, que contribuir es justo, porque ello intensifica su sentimiento de identidad y comunidad, y, sencillamente, porque es divertido.
Imágenes | Pixabay
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