Al leer el titular de esta entrada probablemente nos habrá venido a la cabeza Sarkozi. Porque tendemos a pensar que las personas bajitas compensan su baja estatura con un ego desmedido.
Sin embargo, no parece existir semejante correlación. De hecho, el llamado “complejo de Napoelón” no se ha reconocido oficialmente como trastorno psiquiátrico. De hecho, tengo una noticia para vosotros: Napoléon no era precisamente bajito.
Si todos creemos que Napoléon era bajito es porque fue objeto de una campaña de desprestigio liderada, entre otros, por el caricaturista James Gillray. Cuando se efectuó una autopsia de Napoleón en 1821, se determinó que su altura era de 1,69, metros, por encima de la media de los hombres franceses, que en aquella época rondaba los 1,64 metros. El inglés medio medía 1,68.
Lo que sucede es que, para entrar en la Guardia Imperial, se pedía un mínimo de 1,78 metros. Los Cazadores Montados debían medir 1,70. Así que Napoleón estaba muchas veces rodeado de personas más altas que él.
El poder te da altura
Lo que si parece suceder es que si uno se siente poderoso o de clase social más elevada, ello repercute en su autoimagen, proyectándole la idea de que es más alto de lo que verdaderamente es.
Para comprobarlo, investigadores estadounidenses llevaron a cabo tres experimentos, cuyos resultados se publicaron en la revista Psychological Science. En el primer experimento se pidió a tres grupos de personas que contaran un episodio vital: el primero, un hecho en el que ejercieron poder; el segundo, el que se sometieron al poder; el tercer, un hecho banal.
Después todos evaluaron el tamaño de una pértiga más alta que ellos. El grupo de los “dominantes” evaluó la barra entre diez 10 y 15 centímetros más pequeña que los otros dos grupos, como si ellos fueran más altos.
Pierre Barthélémy explica el resto de experimentos en su libro Crónicas de ciencia improbable:
En el segundo experimento, otros participantes se agruparon por parejas para un juego de rol. Previamente, habían realizado un test para determinar quién ejercería de jefe y quién de empleado. En realidad, los puestos se asignaron al azar, pero todos los participantes creyeron haberlo “merecido”. Antes del juego de rol, que no tenía la menor importancia en el experimento, todos rellenaron un cuestionario sobre sí mismos, en el cual debían indicar particularmente su altura. Los “jefes” tendían a añadirse uno o dos centímetros, mientras que los “empleados” no hacían trampas. En el último experimento se recuperó el mismo protocolo pero, además del cuestionario, invitaron a los cobayas a crearse el avatar “que mejor los representase”, pues el juego de rol sería virtual. También en esa ocasión los “jefes”, en el “abanico de las siete alturas posibles”, eligieron por término medio una altura mayor que sus “subalternos”.
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