Corre un tópico bastante generalizado que dice, con sus variantes, lo siguiente: las mujeres no entienden los mapas; y los hombres son incapaces de pedir ayuda cuando se pierden. Pero ¿cuánto hay de tópico y de realidad al respecto? ¿Los hombres tienen una capacidad innata más desarrollada para entender los mapas o no existe tal diferencia respecto a las mujeres?
En 1996, dos profesores de Pen State, Lynn Liben y Roger Downs, trataron de responder a esta pregunta financiados por National Geographic, a raíz de los resultados de los concursos de geografía en Estados Unidos: los primeros siete concursos habían sido ganado por niños, y no por niñas.
La conclusión del estudio fue que los niños tienen más conocimientos de geografía que las niñas, por término medio. Pero ¿estas diferencias son innatas o culturales?
Pruebas sobre género y orientación sugieren que las mujeres tienden a orientarse mediante puntos de referencia (“giro a la izquierda cuando llego a la gasolinera”), mientras que los hombres recurren al cálculo (“todavía tengo que ir al norte y quizá un poco al oeste”).
Tal vez ello tenga un trasfondo evolutivo, a juicio de Ken Jennings en su libro Un mapa en la cabeza:
los hombres primitivos salían en expediciones a cazar en todas direcciones y siempre tenían que poder encontrar el camino de regreso a la cueva, por lo que desarrollaron su “memoria kinésica”, mientras que las mujeres recolectaban alimentos más cerca de casa y desarrollaron por tanto su “memoria de localización de objetos”. En pocas palabras, los hombres se hicieron mejores a la hora de encontrar lugares, mientras que las mujeres se hicieron mejores a la hora de encontrar cosas.
Al parecer, a las mujeres se le dan mejor los mapas si éstos pueden ser girados (como ocurre con los navegadores GPS). En 1998, John y Ashley Sims inventaron un mapa invertido que hacía que viajar al sur le resultarse más fácil a las mujeres que les cuesta hacer la rotación mentalmente. Desde entonces, esta clase de mapas se vendieron por cientos de miles de ejemplares.
Sin embargo, deslindar los factores biológicos de los sociales es bastante difícil. Tal y como señala Liben:
Sabemos que a los bebés varones se los zarandea más que a las niñas. A los niños se les permite alejarse más en bicicleta; sabemos que exploran más. Ése tipo de cosas que incrementarán el conocimiento del entorno, la posibilidad de que mires un mapa y entiendas cómo llegar a algún otro sitio.
(Aunque todos parece que, debido a los avances de la tecnología, estamos perdiendo un poco nuestra capacidad de entender mapas y de orientarnos espacialmente: Efectos secundarios de depender demasiado del GPS: gente que cruza puentes inexistentes o que acaba en Carpi en vez de Capri)
Por su parte, Mary Lee Elden sostiene que la diferencia de aptitud entre hombres y mujeres para entender mapas es lo suficientemente pequeña como para poder eliminarla mediante la educación:
Es un tema de grado de interés. El 51 % de los estudiantes de las facultades de medicina son ahora mujeres El gran impulso fue “chicas, podéis hacerlo”. Bien, pienso lo mismo en el caso de la geografía. Simplemente tenemos que decirles a las niñas que también pueden ganar.
Abunda en ello Cordelia Fine en su libro Cuestión de sexos, donde presenta quintales de experimentos realizados a lo largo del mundo sobre cómo hombres y mujeres acaban respondiendo esencialmente igual a diferentes pruebas si éstas se presentan sin la idea subyacente de que unos resultados son más propios de un sexo y otros, de otro. Por ejemplo, analizamos algunas de estas pruebas en el artículo ¿De verdad que las mujeres son más incompetentes en matemáticas que los hombres?
En cualquier caso, si finalmente no veis claro lo de consultar el mapa, no es preocupéis: a veces los mejores viajes no se llevan a cabo demasiado lejos. Incluso podéis ir al jardín más cercano: ¿Cuál es el lugar más apasionante para ver especies de animales nuevas? Ya podéis anular vuestro viaje al Amazonas: es el jardín de vuestra propia casa.