Tendemos a prejuzgar a gran velocidad a la otra persona en cualquier nuevo contacto social. Evaluamos su forma de vestir, la forma de su cara, cómo nos mira, cómo habla. Todos son pruebas para dictaminar si nos podemos fiar o no de esa persona. Por ejemplo, los rostros redondeados infunden más confianza que los rostros cuadrados.
Somos más benévolos en nuestros prejuicios si la otra persona pertenece a algún grupo social o ideológico semejante al nuestro. Por ejemplo, si nos cruzamos con alguien que acude al mismo mitin político que nosotros, sentiremos más cercanía emocional con esa persona. Si alguien lleva la camiseta de nuestro equipo de fútbol favorito, lo mismo. Pero ¿es una forma eficaz de valorar a los extraños?
En un estudio realizado por investigadores de la Australian National University y la Universidad de Hokkaido, de Japón, a un grupo de voluntarios se les ofreció la elección de tomar una suma de dinero procedente de un miembro del mismo grupo, o de otro diferente (advirtiéndoles que tanto los de un grupo como los del otro les asignarían el dinero para que lo distribuyeran como estimaran oportuno). Incluso en el caso de que los miembros del mismo grupo mostraran características más negativas, los voluntarios escogieron mayoritariamente la opción del grupo con el que se alineaban.
La gente espera ser mejor tratada por los miembros del mismo grupo al que pertenecen. Pero si esto no se produce, entonces nuestro cerebro recurre al estereotipo, según explica David DiSalvo en Qué hace feliz a tu cerebro:
Pero cuando se les dijo a los participantes que el donante del dinero del grupo simpatizante no sabía que ellos formaban parte de su mismo grupo, la situación cambió. Cuando sucedió eso, los participantes establecieron su elección basándose en el estereotipo. Es decir, si el grupo de los simpatizantes manifestaba una postura más negativa, entonces los participantes preferían acogerse a la opción del grupo con el que no simpatizaban, y viceversa.
En consecuencia, generalmente empleamos criterios muy endebles para elaborar juicios sobre los demás. Pero no podemos evitarlo porque es un rasgo impreso por la evolución, que se rige por el satisficing (satisfacer de manera suficiente).
Imagen | xorna
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