El director de cine M. Night Shyamalan ha basado parte del éxito de sus películas en esos finales sorpresa, esos giros de tuerca que todo lo cambian y enriquecen. Si os explicara el final de El bosque, de El protegido o de El sexto sentido, probablemente os estropearía la película. Pero no voy a revelar spoilers, tranquilos.
Del mismo modo, si series como Perdidos, Heroes o la reciente Flashforward gozan de tan buenas audiencias es, en gran parte, porque recurren al ejercicio del cliffhanger (dejar al espectador colgado al final de un capítulo, a la espera del siguiente) y de los giros de tuerca que todo lo redimensionan. Las telenovelas también fundan su éxito en este sistema, llegando hasta límites grotescos.
Pero ¿cuáles son las bases neurológicas que nos inducen a engancharnos a esta clase de artificios? ¿Por qué nos gusta que nos sorprendan y nos descoloquen?
Todo se debe a la dopamina.
La dopamina es una de las mayores responsables del efecto adictivo que tienen en nosotros varias drogas, entre ellas la cocaína. Aunque ésta sólo es una de tantas funciones de la dopamina: al ser un neurotransmisor tan importante se utiliza por todo el cerebro.
Por otro lado, la dopamina no es tanto una droga placentera del cerebro como una especie de juez del placer. Se anticipa a las recompensas que espera que reciba el cerebro y envía una señal de alarma si la recompensa excede o queda por debajo del nivel esperado.
Por ejemplo, si al citarnos con nuestra pareja el encuentro genera la recompensa que esperábamos, la dopamina de nuestro sistema permanecerá en su nivel, inalterable. Si nuestra pareja se presenta con un regalo inesperado, siendo así la recompensa mayor de lo que esperábamos, entonces nuestro cerebro segregará dopamina suplementaria para anunciar la buena noticia. Por el contrario, si la cita resulta ser menos de lo que esperábamos o nuestra pareja viene con malas noticias o está especialmente irascible, los niveles de dopamina caerán.
En otras palabra, la normalidad no alterna la dopamina, sólo las sorpresas buenas o malas.
Las películas o las novelas explotan este instinto de novedad para resultar narrativamente atractivos. Los giros de tuerca nos gustan porque nuestro cerebro tiene un interés por la sorpresa biológicamente fundado.
Lo expresa así Steven Johnson:
Unos niveles más bajos de dopamina contribuyen a activar los que Jaak Pankseep denomina circuitos “buscadores” de la mente, impulsándonos a buscar otra recompensa en nuestro entorno. Si estamos esperando una comida de tres platos y nos ponen unos simples canapés, el descenso de los niveles de dopamina hará que nos dirijamos inmediatamente al frigorífico. Unos niveles de dopamina crónicamente bajos pueden inducir el “mono” de la drogadicción o un hambre intensa, y, como vimos en el último capítulo, desempeñar un papel importante en las adicciones sociales. No obstante, en todas esas situaciones, el patrón recurrente clave es la medición del sistema de dopamina de la realidad frente a las expectativas, al estar indeclinablemente centrado en la novedad y la sorpresa.
Por esta razón, algunas personas son especialmente vulnerables a ciertas adicciones o a los hábitos destructivos. Hay personas que prueban la cocaína, les gusta, y sin embargo no vuelven a probarla más. Pero también hay personas que siguen tomándola a pesar de que hace tiempo que ha dejado de procurarles placer.
Estas últimas son más sensibles a la modificación del umbral de expectativas sobre la base de los últimos resultados: si éstos han sido muy buenos, la persona esperará que en otra ocasión hayan resultados parecidos o superiores.
El cerebro contiene sustancias químicas que crean placer y recompensa, y también contiene sustancias químicas que crean apetito de placer y recompensa. Dado que las recompensas raras veces caen llovidas del cielo, el sistema apetitivo está íntimamente unido al deseo de la mente de tener nuevas experiencias. El sistema del placer está anclado en las endorfinas y en ese pariente próximo de la adrenalina que es la norepinefrina; por su parte, el sistema del apetito de novedades está anclado en la dopamina. Estos dos sistemas a menudo trabajan en mutua sintonía, pero, en un individuo cualquiera, un sistema puede ser más fuerte que el otro. Existen hedonistas y buscadores. Estos dos tipos de personalidad no son sinónimos, aunque a veces pueden solaparse.
En mi caso, será por la dopamina, será porque soy curioso por naturaleza, pero… ¡necesito saber cómo termina Perdidos!
Vía | La mente de par en par de Steven Johnson