A pesar de que la mayoría de la gente cree que se nos da muy mal diferenciar la realidad de la ficción, por ejemplo creando filtros para evitar que las personas imiten los comportamientos de las películas o achacando que alguien que se lanza desde un sexto piso con una capa roja es porque ha sido mentalmente pervertido por Supermán), lo cierto es que se nos da muy bien diferenciar ambas cosas. Incluso a edades muy tempranas.
La realidad incluso puede ser más interesante y extraña que la más desbocada de las fantasías: el mundo sensible emite en Alta Definición y nosotros todavía andamos con una televisión antigua en blanco y negro.
Precisamente por ello, vivimos en la sociedad menos violenta de la historia de la humanindad (incluso menos violenta que en los lugares donde no llegan las películas no recomendas para menos de 18 años). A pesar de los videojuegos violentos, las películas gore, los granguiñolescos telediarios o el bovino fútbol, la violencia desciende. Porque sabemos separar muy bien realidad de ficción (como prueba, la sociedad japonesa, que compagina productos hiperviolentos con los índices más bajos de crímenes de sangre).
Según un reciente estudio en el que participaron neurocientíficos de la Universidad de Cambridge y de la Universidad de Melbourne, la capacidad cerebral y, más específicamente de la memoria de saber separar y distinguir entre lo real y lo ficticio, podría residir en un pequeño pliegue en la parte frontal del cerebro (surco paracingulado, PCS por sus siglas en inglés).
Pliegue que algunas personas poseen y otras no (lo cual podría ayudar a entender trastornos como la esquizofrenia, en que los límites entre el delirio y la realidad se han borrado del todo). Y que explacaría la razón de que haya personas que se crean Supermán o imiten la ficción (y también la razón de que no debamos, en general, censurar la violencia ficcional: a la mayoría de nosotros no nos afecta, solo a una minoría). Y que también la razón de que los niños muy pequeños crean totalmente en los personajes de fantasía: sus cerebros aún no están lo suficientemente maduros.
Para el estudio, los 53 voluntarios pasaron por varias pruebas para averiguar si tenían o no PCS y la capacidad de las mismas para distinguir entre recuerdos reales e imaginados. Según Jon Simons, director del estudio:
Las discrepancias observadas en la memoria fueron realmente sorprendentes. Es increíble pensar que estas diferencias individuales podrían llegar a tener tanta importancia en la composición cerebral.
Por el momento, estos estudios no son concluyentes, más bien podrían considerarse una pista a seguir. Por mi parte, sin embargo, me tomo este avance neurocientífico como una prueba más para vivir sin censuras ni cataplasmas ficcionales. Las películas son algo así como ventanas multisensoriales a la vida. Y la vida, lamentablemente, está llena de dolor y sufrimiento, de suicidas, asesinos, pederastas y personajes de similar ralea. Negar eso sería como negar la literatura o el cine. Y entonces sólo existiría El mago de Oz.
La libertad comporta efectos secundarios indeseados. Pero ¿estamos dispuestos a pagar el impuesto que supone la falta de libertad a fin de evitar esos efectos? Por mi parte, la respuesta es no. Probablemente, si me quedara en casa, rodeado de algodones y de médicos que chequeran mi salud, mi vida sería mucho más larga y segura. Pero ¿acaso estaría vivo de verdad? Hay vidas que no merecen ser vividas.