A menudo, cuando estamos sometidos a una dieta hipocalórica, nos vemos en la tesitura de agarrar el menú de un restaurante y pedir los platos más, en fin, hipocalóricos. Por ejemplo, una ensalada verde. Sin embargo, mis acompañantes pueden aperitivos, platos calóricos, un cesto de panes para compartir, olivas, cafés, postres.
Y entonces, empiezo probando algún aperitivo, y me digo que nada más. Al llegar el pan, como tiene buena pinta y tiene frutos secos en la corteza, decido probarlo también. Y pienso, bueno, ya que he transigido con los aperitivos y el pan, puedo probar ese filete. Y luego digo, qué diablos, ya me he pasado de la raya, pido postre. Y café.
Al final, a pesar de que iba con la idea de que tomaría una ensalada, mi tentación ha ido degenerando en pequeños saltos del tipo “¡qué diablos!” Para estudiar esta degeneración secuencial del autocontrol, Janet Polivy y sus colaboradores llevó a cabo un experimento con galletas y pizza.
Galletas y pizza
Lo que descubrió es que cuanto más lejos nos encontramos del objetivo que nos hemos fijado, es más frecuente que nos dejemos tentar por un qué diablos. Y ello ocurre con toda clase de cosas, no solo con la comida. También con el hábito de fumar, por ejemplo.
Pero veamos el experimento de Polivy. En él se invitó a un grupo de mujeres (algunas de las cuales seguían una dieta, otras no) para que probaran una variedad de galletas. A todas se les advirtió de que no debían comer nada anteriormente, pero se les sirvió un trozo de pizza cuando llegaron al local (un trozo de igual tamaño para todas).
La cuestión es que a algunas mujeres se les hacía creer que habían recibido un trozo de pizza mayor, o menor, que el de sus compañeras. Algunas de ellas había contemplado en una sala contigua una serie de trozos de pizza, antes de que se llevaran a la sala de experimentación, y los trozos en cuestión eran un tercio más grandes o un tercio más pequeños de los que se habían servido posteriormente.
En pocas palabras: algunas mujeres pensaron que habían comido más pizza que las otras, aunque realmente todas habían comido la misma cantidad. Tal y como señala David DiSalvo en Qué hace feliz a tu cerebro:
Posteriormente se colocaron tres grandes bandejas con galletas de todo tipo: con pasas, con pepitas de chocolate o bañadas en este. Se les dijo a las participantes que podían comer cuantas galletas necesitaran para constatar la calidad de las mismas. Lo que ellas no sabían era que las bandejas se pesarían antes y después de servirlas, de modo que los investigadores podían calcular exactamente cuántas galletas se habían comido. Cuando las galletas se pesaron, se descubrió que las participantes que estaban siguiendo una dieta y que pensaban que ya se habían saltado su régimen dietético, habían comido un cincuenta por ciento más que las que no seguían ninguna dieta. Por otro lado, las participantes que pensaron que no estaban excediendo el límite de su régimen de calorías comieron la misma cantidad de galletas que las que no seguían ninguna dieta.
Los objetivos que nos fijamos, así como lo ambiciosos que sean éstos y lo lejos que estemos de ellos, determinan el grado de nuestro autocontrol. Por eso es tan importante pasar determinado ecuador en cualquier hábito: una vez hemos invertido mucho en nuestra dieta y estamos cerca de conseguir lo que queremos, es más difícil que pensemos ¡qué diablos!
Foto | Tamorlan | Pudding4brains
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