Lo que es normal solo es lo que los demás te dejan ver de ellos mismos: o sea, que no sabes lo que es normal

Decía Walter Benjamin que “Quien cuida los modales pero rechaza la mentira, se asemeja a alguien que, si bien se viste a la moda, no lleva camisa”.

Por eso, en las sociedades complejas resulta muy difícil no mentir. Porque si dices la verdad siempre, vas desnudo. Y precisamente por eso es tan difícil saber lo que es normal.

Porque lo que consideramos normal es lo que identificamos como habitual, pero nuestra percepción no siempre es capaz de captar toda la realidad, y mucho menos la que permanece en penumbra, la que los demás nos ocultan de sí mismos. Por ello, las conductas se tornan más habituales en tanto en cuanto se hacen cada vez más públicas.

La mentira como forma de engrasar la sociedad

Erving Goffman fue un sociólogo y antropólogo canadiense que desarrolló la denominada teoría de la gestión o control de las impresiones, esto es, realizaciones dramatizadas del estar social con la finalidad de controlar las impresiones de los demás. Como él mismo decía:

Probablemente no sea un mero accidente histórico que el significado original de la palabra persona sea máscara. Es más bien un reconocimiento del hecho de que, más o menos conscientemente, siempre y por doquier, cada uno de nosotros desempeña un rol… Es en estos roles donde nos conocemos mutuamente; es en estos roles donde nos conocemos a nosotros mismos.

Al final, resulta que mentir está mal, pero no siempre, y además podemos mentir e incluso mentirnos a nosotros mismos si no se nota, si pasa desapercibido. Esta escalada armamentística de la sofisticación de la sinceridad y la mentira es fruto de una interacción cada vez más compleja con el resto de personas, con la comunidad.

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