Estamos acostumbrados a la idea de que los estadounidenses trabajan muchas horas, que apenas tienen días festivos, que consagran su existencia a escalar por la pirámide social. Sin embargo, si bien esto es cierto ahora, no siempre lo fue.
En la década de 1970, eran los europeos los que trabajaban más horas. Pero una serie de cambios sociales provocaron que los europeos dejaran de hacerlo con tanto ímpetu: algunos sugieren que impuestos más altos; otros que fueron los sindicatos impulsados por gobiernos socialdemócratas. Sea como fuere, a finales de la década de 1990, por ejemplo, la Asamblea Francesa aprobaría una ley de semana laboral de 35 horas.
Algo inconcebible en Estados Unidos. Tal y como sugiere el principal economista francés del Fondo Monetario Internacional, Olivier Blanchard, ello podría deberse a dos estrategias diametralmente opuestas. Al hacerse más ricos, EEUU optó por incrementar la productividad para ganar más dinero y comprar más bienes y servicios; Europa optó por gastar el dinero en tiempo libre.
En realidad, no fueron elecciones racionales, sino impuestas por las circunstancias. Sobre todo porque los estadounidenses, en su carrera por la productividad, no han incrementado la felicidad subjetiva. Tal y como explica Eduardo Porter en Todo tiene un precio:
El francés trabaja cuatrocientos cuarenta horas menos al año que los estadounidenses en parte porque dispone de siete semanas de vacaciones en comparación con las menos de cuatro de Estados Unidos. Son los que más duermen de todo el mundo industrial. Pasan dos horas y cuarto al día comiendo, una más que Estados Unidos. Y dedican casi una hora al día más al ocio que los americanos. Las francesas pasaron más del doble de tiempo que las americanas comiendo y casi un 50 por ciento de tiempo más practicando el ocio activo: hacer deporte o ir a un espectáculo. Las americanas pasan un 10 por ciento más de tiempo trabajando y un tercio más en actividades de ocio pasivo, como ver la televisión.
Un estudio realizado por Adam Okulicz-Kozaryn, de la Universidad de Texas, que publicó la revista Journal of Happiness Studies, trata de matizar esta idea, señalando que los estadounidenses se realizan con el trabajo: comprobó que el número de europeos que se describían como muy felices caía de un 28% a un 23% cuando el número de horas aumentaba de 17 horas semanales a 60. En el caso de los americanos, sin embargo, los datos muestran que el 43% de los encuestados se consideran felices independientemente de las horas dedicadas a trabajar. Es decir, que los europeos tienden a valorar por encima de todo cuánto disfrutan de la vida; los estadounidenses, por el contrario, se realizan trabajando más.
Esto no significa que el dinero no proporcione felicidad. Sí que lo hace. Lo que se sugiere es que un incremento de dinero per se no proporciona la felicidad si no se atienden otras variables importantes. El tiempo libre, por ejemplo, que en el caso de los europeos es una variable importante. Y, en general, las estimaciones sobre la felicidad arrojan cuentas más positivas para los europeos, tal y como ha señalado el economista Omar Licandro, investigador en el Instituto de Análisis Económico (Barcelona): "Los europeos trabajan menos que los estadounidenses y, por tanto, producen menos. Sin embargo, disponen de más tiempo libre y, en consecuencia, tienen una mejor calidad de vida."
Perseguir el crecimiento a toda costa, como el burro persigue una zanahoria que cuelga siempre a unos centímetros de su belfo, puede conducirnos a sacrificar otros componentes de nuestra felicidad, olvidándonos de lo que hay más allá de esa zanahoria.
De nuevo señala Porter:
El valor de nuestro escaso tiempo libre aumenta mientras que las cosas que el dinero puede comprar se vuelven menos importantes cuantas más tenemos. Por eso la gente de los países ricos en general trabaja menos que la gente de los países menos desarrollados. Los coreanos disfrutan de unas 650 horas más de ocio que los mexicanos, pero de unas 400 horas menos de ocio que los belgas. El propio equilibro genera ansiedad. Porque cuanto más aumenta nuestra renta más hemos de renunciar a más dinero al dedicar nuestro tiempo a esfuerzos no productivos. La tensión entre tiempo y dinero alcanza su punto culminante cuando llegamos a nuestro máximo nivel de ingresos.
Foto | AlainV | Eric McGregor
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