Las personas nos gustan más si se parecen a nosotros. Y no sólo en aspectos como la forma de hablar, la semejanza en la ropa, la edad, la religión, la política, la forma de comer o el lenguaje corporal. También influye su nombre.
Al menos es lo que sugiere el investigador Randy Garner, de la Sam Houston State University, que envió encuestas por correo modificando la información de la primera página para asegurarse de que el nombre propio del destinatario coincidiera o no con el nombre del propio experimentador.
Es decir, en los casos de coincidencia, un participante llamado Fred Smith podría recibir una encuesta de un investigador llamado Fred Jones, mientras que, en los de no coincidencia, la participante Julie Green podría recibir la encuesta de Amanda White. Esta manipulación tan simple afectó al porcentaje de respuestas, ya que el 30 % de los coincidentes devolvieron la encuesta rellenada, mientras que, en los coincidentes, al ver su nombre propio en la primera página, la participación fue del 56 %.
En lo que denominó el “efecto Nombre-similitud“ (NSE), Garner se encuentra que algo tan aparentemente insignificante como la similitud del nombre puede tener una influencia persuasiva en la percepción del gusto, la percepción de similitud de sí mismo, y la intención expresa de participar en el comportamiento de otro (es decir, aceptar un favor).
Y es que ya lo dijo Dale Carnegie: “el nombre de una persona es a esa persona el sonido más dulce e importante en cualquier idioma”
Vía | 59 segundos de Richard Wiseman