¿Por qué nos hacen tanta gracia los chistes de Lepe? Para los que no conozcáis España, Lepe es una pequeña localidad de personas perfectamente normales. Sin embargo, por azares del destino (moda, precedentes sociológicos o vaya usted a saber qué), la gente se ha empeñado en pesar que en Lepe viven los españoles más tontos del país. No importa que esto sea cierto o no, lo interesante en que ese tópico ha arraigado en el bagaje cultual de los españoles.
El asunto adquiere una pátina más interesante cuando descubrimos que en el resto de los países también existen lugares como Lepe, metonimias geográficas similares, tal y como señala Oliviero Ponte di Pino en El que no lea este libro es un imbécil:
En la tradición de los judíos de Europa oriental existe un pueblo habitado sólo por tontos, Khelm. O, como lo llama en el título de sus cuentos Isaac B. Singerm Chelm –que no hay que confundir con la ciudad homónima que aparece en los mapas –. La convicción de la existencia de una «Imbecilópolis» o de una «Tontilandia» está bastante extendida. Para los antiguos griegos, los estúpidos atestaban Abdera (ciudad rica y poderosa donde vieron la luz Demócrito y Protágoras, a quienes nadie considera propiamente gilipollas) y poblaban Beocia (los beocios). Los ingleses los tenían censados en Gotham (Gotham City es Nueva York, la inquietante ciudad donde vive y actúa Batman, quién sabe si habrá algún nexo…), los daneses en Molbo, los alemanes en Schildburg (o Schilburg). Para los romañolos, los tontos llegaron de Fano y para los turineses de Cuneo, mientras que para los milaneses (y para el poeta Delio Tessa) venían de un pueblo de la llanura lombarda llamado Gaggiano. Muchos chistes franceses tienen por protagonista a un belga (de los belgas también se ocupó Baudelaire), mientras que a los americanos les encanta tomarla con los polacos .
¿Por qué nos hacen tanta gracia los tontos? ¿Por qué necesitamos inventarnos ciudades llenas de tontos? Porque los chistes que agravian a tontos nos hacen más gracia, porque nos consideramos superiores a los tontos. La teoría no es nueva, se remonta al año 400 a. C. y fue descrita por el filósofo griego Platón en su texto La república. Pero la ciencia ha confirmado las sospechas platónicas.
Muchos payasos y comediantes de éxito nos hacen reír porque nos hacen sentir superiores a ellos. En la Edad Media los comediantes de más éxito eran jorobados y enanos, por ejemplo. En la era victoriana nos reíamos de los enfermos mentales en las instituciones psiquiátricas. Ahora nos reímos de Mr. Bean. O de los habitantes de Lepe.
Señala Richard Wiseman en Rarología:
La teoría de la superioridad también se utiliza para burlarse de la totalidad de un grupo. Los ingleses tradicionalmente hacen chisten sobre los irlandeses; los estadounidenses se burlan de los polacos; los canadienses, de los habitantes de Terranova; los franceses, de los belgas, y los alemanes, de los frisones orientales. En cada caso, se trata de un grupo de personas que trata de sentirse bien a expensas de otro.
En 1934, el profesor Wolff y sus colegas publicaron el primer estudio experimental de la teoría de la superioridad. Para llevarlo a cabo, solicitaron a un grupo de judíos y de gentiles que calificaran lo graciosos que les parecían determinados chistes.
Para asegurarse de que la presentación de éstos fuese tan controlada como fuera posible, los investigadores las imprimieron a lo largo de franjas de tela de 45 metros de longitud y 10 centímetros de ancho, y luego pasaron las cintas por detrás de una abertura en la pared de laboratorio a una velocidad constante, asegurándose de que los participantes leyesen cada chiste de una palabra a la vez. Cuando los participantes veían el símbolo de una estrella impreso al final de cada tira, debían gritar cuán gracioso habían hallado el chiste en una escala entre -2 (muy irritante) y +4 (muy gracioso).
Los resultados del experimento me recuerdan a una palabra que descubrí en el fabuloso libro El significado de Tingo, un manual con las palabras más raras o desconocidas por nosotros en todas las lenguas del mundo. La palabra es alemana y es Schadenfreude. Significa complacerse maliciosamente con la desgracia ajena. Pues eso. Que los judíos calificaron mejor los chistes que ridiculizaban a los gentiles, y vicerversa.
Ésa es la razón por la cual se hacen tantos chistes sobre personas que están por encima de nosotros, como guardias de tráfico, jueces o políticos, porque es la mejor forma de sentir que en realidad nosotros estamos por encima de ellos.
Las personas que ostentan el poder, por supuesto, no quieren que se hagan chistes a su costa, porque eso erosiona su autoridad: por ello la Iglesia ve con tan malos ojos que nos riamos de sus instituciones o del mismo Dios (como si Dios no tuviera sentido del humor), o es la razón de que Hitler estableciera dislates como las Cortes del humor del Tercer Reich, que penalizaba a las personas por actos inapropiados de humor, lo que incluía llamar a sus perros “Adolf”.
Esta clase de humor, además, tiene efectos reales en la psicología de sus víctimas. No sólo pueden hacer que la gente los considere más tontos, como el experimento que se realizó en 1997 por parte del psicólogo Gregory Maio, de la Universidad Cardiff de Gales, con habitantes de Canadá y de Terranova: tras escuchar chistes que ridiculizaban a los de Terranova, el juicio de los canadienses acerca de la ineptitud de los terranovenses se volvió más severo. También puede hacer que las propias víctimas se crean más tontas.
Por ejemplo, el tópico de las rubias tontas se cumple más veces de lo que creemos no porque las rubias sean más tontas sino porque las rubias acaban convenciéndose de que realmente son más tontas: si todo el mundo lo dice, será verdad. Es lo que sugirió el test de inteligencia realizado por el profesor Jens Förster, de la Universidad Internacional de Bremen, en Alemania, a ochenta mujeres de diferentes colores de cabello.
A la mitad de ellas se les indicó que leyeran chistes en los cuales las rubias aparecían como estúpidas. Luego, todas las participantes fueron sometidas a una prueba de inteligencia. Las mujeres rubias que leyeron los chistes obtuvieron un coeficiente significativamente más bajo en el test que su homóloga rubia en la condición de control, lo que sugiere que los chistes tienen el poder de afectar la confianza y la conducta de la gente y de esta manera crear un mundo en el que los estereotipos representados en los chistes se vuelven reales.
Vía | El que no lea este libro es un imbécil de Oliviero Ponte di Pino, Rarología de Richard Wiseman, El significado de Tingo de Adam Jacot de Boinod