Todos los mamíferos, incluidos los humanos, han desarrollado un complejo y sensible mecanismo de detección de amenazas. Eso puede conducir a que temamos las serpientes, los lugares oscuros... y hasta algunas formas geométricas muy concretas.
Forma de V
Particularmente en los seres humanos, son la amígdala, el córtex cingulado anterior subgenual, el giro temporal superior y el giro fusiforme, entre otras, las regiones implicadas en el procesameinto que llega a los sentidos y evalúa rápidamente posibles amenazas para activar la reacción apropiada, como puede ser la respuesta de huida o lucha.
Este sistema es muy sensible y, a la vez, un tanto tosco: es menos importante pasarse de precavido que pasarse de aventurado, básicamente porque la segunda opción te condena a morir e imposibilita que puedas transmitir tu ADN.
Por esa razón, hay datos que incluso indican que nuestro mecanismo de detección de amenazas puede activarse frente a una simple forma geométrica, como sugiere un estudio de Christine Larson y sus colaboradores publicado en el año 2009.
Lo que sugiere el estudio es que estas áreas de detección de amenazas se activaban cuando se les mostraba a los sujetos unas formas bidimensionales básicas formadas por una uve (V) con la punta hacia abajo. Tal y como explica Dean Burnett en su libro El cerebro feliz:
Básicamente, la conclusión era que esos triángulos puntiagudos disparan el sistema de detección de amenazas. No lo hacen de una manera sustancial, pues, sino, nos pasaríamos el día temblando de miedo ante las letras del alfabeto o las cometas. Pero, aun así, tiene cierta lógica. Muchos peligros naturales, como la cara de los lobos, los colmillos, las garras, las púas, etcétera, tienen forma de "V".
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