Existe un mito muy arraigado en el acervo popular: que somos así o asá y eso nos define, que somos buenos o malos, que somos amables o ariscos, que somos altruistas o egoístas. O eres una cosa o eres la otra. Y, además, lo eres para casi siempre.
Diversos experimentos psicológicos empiezan a demostrar que esto no es así. Que los múltiples rasgos de nuestra personalidad se manifiestan de manera caprichosa y hasta contradictoria. Y que generalmente lo que más influye en estos cambios repentinos en nosotros mismos no es otra cosa que nuestro entorno.
Hasta el punto de que alguien puede ser una cosa o justo lo contrario de un día para el otro.
Parece que esta afirmación vaya en contra de nuestras intuiciones más profundas. Y también frases como: “Juan es muy amable y honrado conmigo, pero es muy retorcido con sus compañeros de trabajo”. Porque, al pensar en una personalidad, tendemos a imaginarla en términos absolutos. Pero la conducta humana funciona de otra forma muy distinta a cómo la intuimos.
¿Por qué cometemos este error de base? Los psicólogos denominan esta tendencia Error Fundamental de Atribución (FAE).
Por ejemplo, se hizo el siguiente experimento: el público evalúa la actuación de unos jugadores de baloncesto, de calidad y talento similares. El primer grupo de deportistas está tirando a encestar, en un gimnasio con buena iluminación. El segundo grupo hace lo mismo pero en un recinto mal iluminado, lo cual provoca que fallen muchos tiros.
El público juzgó por mayoría que el grupo de deportistas del gimnasio bien iluminado jugaba mejor. Es decir:
Cuando se trata de interpretar la conducta de otras personas, los seres humanos cometemos invariablemente el error de sobreestimar la importancia de los rasgos fundamentales del carácter y minusvalorar la importancia del contexto y de la situación.
El experimento del gimnasio (tal y como sucede con tantos otros) ofrece resultados parecidos aunque se advierta al público la circunstancia de que el recinto está bien o mal iluminado. Porque hay algo dentro de todas las personas que hace querer explicar, instintivamente, el mundo que les rodea en términos de los atributos esenciales de las personas. Por inercia, prestamos más atención a las pistas personales que a las contextuales.
Además de eso, el psicólogo Walter Mischel sostiene que la mente humana cuenta con una especie de “válvula de reducción” que “crea y mantiene la percepción de la continuidad, incluso frente a cambios observados una y otra vez en la conducta.”
Vía | The Tipping Point de Malcom Gladwell