La desigualdad de ingresos (según un estudio en el que se analizaron 24 países desarrollados) nos hace estar menos satisfechos con nuestras vidas, aunque seamos relativamente ricos. Es decir, que los ricos también lloran, sobre todo si hay demasiados pobres.
El país más desigual
Desde finales de la década de 1970, las desigualdades entre ricos y el resto de la población se han ido incrementando paulatinamente.
Entre 1993 y 2010, más de la mitad de la renta nacional de Estados Unidos correspondía al 1% de la población que tenía las rentas más altas. La desigualdad de Estados Unidos es superior a la que experimentan países como Egipto, Yemen o Túnez, y se puede equiparar a Filipinas. La desigualdad está creciendo, a pesar de que un porcentaje significativo de ricos esté usando su dinero para cambiar el mundo y también para que los pobres vivan mejor que antes. En España las cosas no son mucho mejores.
Este hecho no solo afecta a los pobres, sino también a los ricos, tal y como explica Rutger Bregman en su libro Utopía para realistas. Por ejemplo, los países con grandes disparidades en riqueza tienen también más acoso, porque en ellos las diferencias de estatus son mayores. O, en palabras de Wilkinson, las «consecuencias psicosociales» son tan grandes que las personas que viven en sociedades desiguales pasan más tiempo preocupadas por cómo las ven los demás. El estrés resultante, a su vez, es un factor determinante fundamental de enfermedades y problemas de salud crónicos.
La igualidad de oportunidades también queda socavada cuando hay mucha desigualdad:
Basta con mirar los rankings globales: cuando aumenta la desigualdad, desciende la movilidad social. Francamente, casi no existe ningún país en la tierra donde el sueño americano tenga menos probabilidades de hacerse realidad que en Estados Unidos. A quien se sienta ansioso por cambiar la miseria por la riqueza más le vale probar suerte en Suecia, donde la gente nacida en la pobreza todavía puede tener esperanzas de un futuro mejor.
La sociedad no puede funcionar sin cierto grado de desigualdad. Todavía son necesarios incentivos para trabajar, para esforzarse y para destacar, y el dinero es un estímulo muy eficaz. Nadie quiere vivir en una sociedad donde los zapateros ganen tanto como los médicos. Pero si hay demasiada desigualdad, entonces se frena el desarrollo económico, lo que también afecta a las clases pudientes.
Sin embargo, tal vez el hallazgo más fascinante sea que incluso los ricos sufren cuando la desigualdad es demasiado grande. También ellos se vuelven más proclives a la depresión, la desconfianza y muchas otras dificultades sociales.
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