No importa que el planeta esté cada vez más medioambientalmente en peligro, o que estemos cabalgando ya la segunda ola de una pandemia mundial que podría condenarnos a años o décadas de pobreza, la gente continúa teniendo hijos. Así que cabe preguntarse si realmente tener hijos proporciona tamaña felicidad como para obviar esos detalles.
La respuesta es ambigua: en un primer momento, según sugiere este estudio, sí. Tener hijos es como darse cualquier capricho a lo grande: un viaje, un coche nuevo, etc. Sin embargo, hay algunas consideraciones a tener en cuenta: si hay problemas económicos, el hijo no aporta más felicidad.
La felicidad de los primeros años
Si hay dificultades económicas asociadas a los hijos, tenerlos no aumenta la felicidad de los padres de forma significativa. Además, aunque lo haga, una vez los hijos ya superan los diez años de edad, el efecto de felicidad añadida retrocede un poco, sobre todo en la adolescencia: no sabemos si porque los niños se vuelven más insoportables o porque el efecto novedad queda atrás.
En el estudio, publicado en Journal of Population Economics, también apuntan que no todos los hijos son iguales, y los hijastros suelen tener una correlación más negativa que los hijos de la relación actual.
Para llevar a cabo el estudio se tuvieron en cuenta datos internacionales, que incluyen más de un millón de observaciones sobre europeos durante 11 años de encuestas del Eurobarómetro.
Otros estudios sugieren que tener hijos no aumenta necesariamente la felicidad neta; incluso, por término medio, tener hijos conlleva ser menos feliz que no tenerlos porque no controlamos todos los problemas que pueden salir al paso, tal y como explica Gary Marcus en su libro Kluge:
Aunque los clímax (“Papi, te quiero”) pueden ser espectaculares, en el día a día, la mayor parte del tiempo dedicado al cuidado de los niños es simple trabajo. En estudios “objetivos” que preguntan a los sujetos por su nivel de felicidad en momentos aleatorios, el cuidado de los hijos (tarea con una clara ventaja adaptativa) oscila en algún punto entre las tareas domésticas y la televisión, muy por debajo del sexo y el cine. Por suerte, desde la perspectiva de la perpetuación de la especie, la gente tiende a recordar los clímax (intermitentes) mejor que la pesada rutina diaria de los pañales y el servicio de chófer.
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