La mayoría de los delincuentes jóvenes han sido abandonados en su infancia y albergan sentimientos de ira, humillación e inutilidad por este hecho, como si no fueran lo suficientemente buenos para sus padres.
Es lo que descubrió en 1944 el psicólogo británico John Bowlby. Para afrontar esta sensación de abandono, esos chicos reprimían los afectos. Porque lo que más necesitan los niños para desarrollarse correctamente en este sentido son dos fuerzas en apariencia contradictorias.
La primera es que exista seguridad y atención por parte de quienes les cuidan. La segunda es que necesitan salir al mundo y cuidar de sí mismos. Parecen factores contradictorios, pero en realidad se necesitan mutuamente, tal y como explica David Brooks en su libro El animal social:
Cuanto más segura se siente una persona en casa, más probable es que se aventure con atrevimiento a explorar cosas nuevas. (…) Por ejemplo, nace un bebé con cierto rasgo innato, como la irratibilidad. Sin embargo, es afortunado por tener una madre capaz de interpretar sus estados de ánimo. Lo abraza cuando él quiere abrazos, y lo deja cuando él quiere que lo dejen. Lo estimula cuando quiere estimulación y lo refrena cuando quiere tranquilidad. El bebé aprende que es una criatura que existen en diálogo con otros. Llega a considerar el mundo como un conjunto de diálogos coherentes. También aprende a que si manda señalas, éstas seguramente serán recibidas.
En otras palabras, los niños que se crían en un lugar acogedor, generalmente se relacionarán armónicamente con los demás, captando correctamente las señales sociales de las personas con las que se topan, aunque sean nuevas. Los nacidos en una red de relaciones amenazadoras serán miedosos, retraídos o agresivos. Suelen percibir amenazas, aunque no haya ninguna.
Dejando al niño solo
Mary Ainsworth, la protegida de Bolwby, diseñó el Test de Situación Extraña para analizar la transición entre la seguridad del hogar y la exploración del mundo. Es decir, la forma en que se comporta el niño, aunque solo sea por unos minutos, cuando se separa de la figura de apego y se le obliga a explorar el mundo por su cuenta.
En una variante típica del test, Ainsworth colocaba a un niño pequeño (entre nueve y dieciocho meses de edad) y su madre en una habitación llena de juguetes que invitaban a la exploración. De pronto entraba un desconocido. Entonces la madre dejaba al niño a solas con el recién llegado. Más tarde la madre regresaba. Luego, ella y el desconocido dejaban al niño solo. Después regresaba el desconocido. Ainswotrh y sus colegas observaron al niño en cada una de esas transiciones.
Después de emplear este Test en miles de niños durante décadas, los porcentajes son los siguientes: aproximadamente dos tercios de los niños lloran un poco cuando su madre se marcha, y luego se precipitan hacia ella cuando regresa. Una quinta parte de los niños no muestra ninguna reacción cuando su madre se marcha, y tampoco reaccionan a su regreso. Se dice entonces que tienen un apego evitante. El último grupo no muestra respuestas coherentes. Entonces estamos ante niños ambivalentes o desorganizados.
Estas clasificaciones, como todas las realizadas en sociología, no determinan una vida, pero sí parece que predisponen. Los niños con apego firma suelen tener más amigos en el colegio. Saben relacionarse con profesores y otros adultos. Su rendimiento escolar será mejor.
Los niños con apego firme suelen afrontar bien las situaciones estresantes. En un estudio de Megan Gunnar, de la Universidad de Minnesota, se observó que si se pone una inyección a un niño de quince meses con apego firme, llorará de dolor, pero el nivel de cortisol de su cuerpo no aumentará. Los niños sin apego firme quizá lloren con igual fuerza, pero tal vez no extiendan el brazo hacia su cuidador y es más probable que los niveles de cortisol suban mucho, pues están habituados a sentir más estrés existencial.
Foto | Carin Araujo | Blackcatuk
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