En estos días en los que se está discutiendo tan apasionadamente a propósito de si el humor negro o la sátira, si ofende a una persona o un grupo de persona, ya no tiene gracia, vale la pena echar un vistazo hasta qué punto entender un chiste o saber reírse de un hecho puede estar correlacionado con la inteligencia.
Y es que el humor es una forma de abordar un mundo complejo e incierto, y también de quitarle importancia a los hechos luctuosos, a los que dicen ser importantes y, por supuesto, a nosotros mismos, rebajando un poco nuestra tendencia al egocentrismo.
De hecho, el sentido del humor parece depender del tu cociente intelectual ya a la edad de diez años, tal y como ha observado la psicóloga Ann Masten, que en un experimento mostró a un grupo de niños de diez años una variedad de tiras cómicas de Ziggy seleccionadas por su variable complejidad y sentido del humor dirigido a ese grupo de edad.
Cada niño debía valorar las tiras cómodas y explicar por qué eran divertidas, y mientras lo hacían se registraban en vídeo sus expresiones faciales para evaluar si reían o sonreían.
A continuación, se mostraba a los niños una serie de tiras cómodas sin diálogos y los niños debían poner un título humorístico. Tal y como explica Scott Weems en su libro Ja:
La capacidad de los niños para explicar correctamente las tiras cómicas se utilizó para determinar su “comprensión del humor”, al tiempo que su habilidad para aportar diálogos graciosos medía “su producción del humor”. Masten descubrió que tanto la comprensión como la producción del humor mantean una estrecha correlación con la inteligencia de los niños, que también había medido aparte. En el caso de la comprensión, la correlación fue de 0,55, y en el caso de la producción fue del 0,50: cifras muy altas, considerando que la correlación máxima es 1.
No solo la inteligencia y la intuición parece influir en el sentido del humor. Hay otras habilidades cognitivas que están correlacionadas con el humor, como la “rotación mental”: la capacidad de hacer rotar objetos en nuestra cabeza, una tarea común para evaluar la visión espacial.
Resulta que la gente a la que le cuentan chisten graciosos es más rápida a la hora de girar y retorcer formas abstractas en su mente, aun cuando en los chistes aparezca una imaginería visual mínima. Leer chistes graciosos también mejora nuestra puntuación en los tests de creatividad, lo que refleja un aumento de la fluidez mental, la flexibilidad y la originalidad. Un estudio incluso mostró que ver vídeos de las actuaciones cómicas de Robin Williams nos ayudaba a encontrar soluciones insólitas a problemas relacionados con las palabras.
Imágenes | Pixabay
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