No es difícil imaginar una sociedad futura en la que se monitorice lo que uno piensa que diría, para pillar in fraganti a los que solo están fingiendo, recurriendo al lenguaje políticamente correcto.
Ya existen varios experimentos en los que, tras colocar electrodos en un cerebro, se pueden registrar patrones de neuronas que se activan cuando el sujeto escucha palabras, pronuncia palabras e incluso imagina palabras. El más novedoso y espectacular de todos ellos es el siguiente, en el que se han empleado redes neuronales.
Más allá de las palabras
En el estudio Towards reconstructing intelligible speech from the human auditory cortex, un grupo de investigadores reprodujo grabaciones de personas hablando a pacientes con epilepsia que estaban en mitad de una cirugía cerebral.
Mientras los pacientes escuchaban los archivos de sonido, los investigadores registraron neuronas que se activaban en las partes del cerebro de los pacientes que procesaban el sonido. A continuación, mediante algoritmos de inteligencia artificial, se logró traducir ese registro de neuronas y pasarlo por un vocoder, que sintetiza voces humanas, con un 75 por ciento de inteligibilidad. Las palabras habían sido sacadas directamente del cerebro de los sujetos analizados.
Realizar el mismo procedimiento para extraer palabras que solo se piensan pero no se verbalizan es un poco más complicado, pero se están haciendo ya algunos progresos en ese sentido.
Esto también sienta las bases para ayudar a las personas que no pueden hablar, como las que viven con esclerosis lateral amiotrófica (ELA) o que se están recuperando de un derrame cerebral.
Cual capítulo de Black Mirror, imaginemos que todos acabaremos llevando un electrodo que registra los patrones de nuestras neuronas, que esos patrones se almacenarán en una app de nuestro teléfono móvil y que, en caso de disputa jurídica, se enviarán a la nube para ser descodificados por una inteligencia artificial. Así, en el contexto de cualquier conflicto, podrán saberse exactamente las palabras que se dijeron, las que se escucharon e incluso las que se imaginaron pero no se llegaron a verbalizar. Esta es la clase de litigio ideal para un fiscalizador de palabras, no de intenciones. Sin embargo, la verdadera revolución pasaría por no descodificar las palabras, sino lo que el sujeto quiere hacer con ellas. Por el momento, esa caja negra queda a resguardo incluso de las inteligencias artificiales más escrutadoras.
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