La verdadera base psicológica del voto electoral no son las convicciones sino la identidad de grupo

Biden el salvador, Trump el payaso, el tribalista procés catalán, el Ministerio de Igualdad (o monasterio, en muchos sentidos), el fascismo de Vox, la cara de cemento armado de Sánchez... todas estas ideas, creencias, pálpitos y hasta doctrinas vuelan, se mezclan, divergen, anidan en unos cerebros, huyen de otros porque donde no hay mata no hay patata...

Y finalmente, de todo ese guirigay, se sustancia cada cuatro años el voto electoral. Porque, como sugiere el siguiente estudio, basamos nuestra teoría popular de la democracia en tres fundamentos que son, en realidad, falsos.

Tres fundamentos falsos

Los tres pilares sobre los que se sustenta nuestra concepción popular de la democracia son:

  • Las creencias buscan la verdad
  • Muchas personas tienen creencias políticas estables y significativas.
  • La gente elige a sus candidatos políticos en función de estas creencias.

Sin embargo, según el estudio citado, las cosas son funciona de forma tan idílica.

Las creencias políticas son estados mentales que no se forman en en función de los datos y por tanto no responden o cambian con ellos, y además están motivadas por las emociones, no tanto por el juicio o el escrutinio racional.

Si una creencia política es socialmente adaptativa, aportar información que discrepe sobre ella no la suele cambiar tanto como se esperaría si estuviéramos ante una creencia no política.

En realidad, pues, según los autores del estudio, las creencias políticas difieren de las creencias sobre el mundo real en que no buscan la verdad. Tampoco la mayoría de la gente tiene en realidad creencias estables significativas, sino que estas aparecen, desasparecen y se adaptan en función del arbitrio del grupo del que forma parte el individuo.

Y lo más importante: la verdadera base psicológica del voto no son las creencias sino la identidad de grupo, es decir, el sesgo endogrupal y el tribalismo. El sentirnos que formamos parte de algo más grande que nosotros mismos. Que los demás nos aceptan. Que vestimos los colores, las banderas, los cánticos, las soflamas de quienes nos rodean y nos fundimos con ellos en una especie de baile social que produce, básicamente, dopamina.

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