Alfred Lee Loomis era un magnate de Wall Street nacido en 1887 que, a la vez que cultivaba su faceta de banquero de éxito, era un gran aficionado a la ciencia y un investigador ciertamente excéntrico. Una suerte de Elon Musk de principios del siglo XX.
Por esa razón, Loomis fue uno de los primeros investigadores que se fijó en los logros de Hans Berger, del que os hablaba en otro artículo, que en busca de la telepatía acabó construyendo el primero electroencefalograma del mundo.
El palacio científico
Loomis, durante su juventud, acabó trabando una gran amistad con un conocido físico experimental de la Universidad John Hopkins llamado Robert Wood. Juntos colaboraban en proyectos científicos en el granero de Loomis.
Como Loomis disfrutaba sobremanera de aquellas colaboraciones científicas y tenía mucho dinero de sus actividades bancarias, decidió construir su propio instituto privado de investigación. En la década de 1920, pues, Loomis adquirió una gran masón en el estado de Nueva York, convirtiéndolo en un auténtico palacio de la ciencia.
Durante la siguiente década, el palacio fue equipado con las más avanzadas tecnologías de la época, y en aquellas instalaciones fueron recibidos los más importantes científicos del momento, como Niels Bohr, Albert Einstein, Werner Heisenberg, Enrico Fermi o Guglielmo Marconi. Tal y como lo explica Richard Wiseman en su libro Escuela nocturna:
Loomis hizo varios descubrimientos científicos y tecnológicos importantes, como su participación decisiva en el desarrollo del radar, la invención de una nueva forma de medir la velocidad de salida de los proyectiles de las armas y su contribución a la creación de un sistema de control terrestre de los aeroplanos.
Situado en Tuxedo Park, estee laboratorio fue el mejor de su tipo, pues contenía un equipo que pocas universidades podían permitirse. Su fama se extendió rápidamente, sobre todo en Europa, donde el dinero para la ciencia escaseaba. Loomis a menudo enviaba billetes de de primera clase a famosos científicos europeos para que pudieran viajar a los Estados Unidos para reunirse con sus compañeros y colaborar en proyectos.
Los científicos eran recibidos en el aeropuerto o estación de tren y llevados a Tuxedo Park en una lujosa limusina, como si fueran estrellas de Hollywood. Las críticas iniciales a Loomis, de diletante excéntrico, enseguida fueron trocándose, inicándose las primeras relaciona estables entre el dinero y la industria y el progreso de la ciencia.
El electroencefalograma y el sueño
Como hemos dicho, Loomis también si fijó en el invento de Hans Berger y, tras la muerte de este último, lo recuperó para tratar de investigar a propósito del sueño. Construyó su propio EEG e invitó a diversas personas a pasar la noche en su palacio de la ciencia para monitorizar su cerebro.
Lo que descubrió Loomis es que, al dormir, el cerebro de la persona continúa activo, produciendo una pequeña cantidad de distintos tipos de ondas:
Trabajos adicionales revelaron que estas ondas se producen siguiendo un patrón altamente predecible durante toda la noche (…) La identificación de estas diferentes fases del sueño fue un avance extraordinario.
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