Muchas veces se consideran religión y ciencia como polos opuestos de ver la vida, como mostruos irreconciliables y empecinados en una disputa que parece no tener fin. Un ejemplo palpable de esto es el creciente protagonismo que adquiere el creacionismo como una pseudociencia frente a las teorías neodarwinistas de la evolución y las que intentan explicar el origen de la vida. Se pueden verter ríos de tinta al respecto, pero lo que yo pretendo con estas líneas es recordar merecidamente al sacerdote católico Georges Henri Lemaître, creador de la teoría del Big-Bang, aceptada actualmente como la explicación al origen del Universo.
Muchos no pueden entender cómo fé y ciencia pueden convivir en una misma mente y persona. Sin embargo el ejemplo de este hombre es notorio. Aparte de ser una mente brillante (uno de los pocos en seguir de cerca a Einstein con su recién estrenada teoría de la relatividad), era un creyente, y llevó su fé hasta el punto de ordenarse sacerdote (después de haber realizado un brillante doctorado).
Este científico belga nació el 17 de julio de 1894 y estudió ingeniería civil a los 17 años. Después de servir como voluntario durante la Primera Guerra Mundial, estudió física y matemáticas, incluyendo las teorías de Einstein, recibiendo el doctorado en 1920. Ese mismo año ingresó en el seminario, ordenándose sacerdote 3 años más tarde. A partir de las observaciones del corrimiento hacia el rojo de la luz de las nebulosas, en 1931 elaboró la hipótesis del átomo primigenio o huevo cósmico (hoy llamada del Big-Bang). ¡Y todo esto antes de cumplir los 40!
En los años siguientes continuó trabajando en el tema, y participando activamente en la controversia científica y religiosa sobre el origen del Universo (como no podía ser de otro modo). Su estimación de edad coincide con la aceptada actualmente (10-20 miles de millones de años). Murió el 20 de junio de 1966, tras una vida productiva para la ciencia, dando un ejemplo de cómo ciencia y religión pueden convivir sin mayores problemas.
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