Entre los científicos no es difícil encontrar personajes raros, esquinados, tímidos, misántropos, asociales y autistas, pero el caso de Henry Cavendish (o la leyenda que se generó alrededor de su timidez) posiblemente sea difícilmente equiparable.
En vida apenas publicó nada, quizá en parte por su timidez y su recato, de modo que murió en 1810 y no fue hasta la década de 1870 cuando se halló que se había anticipado a muchos descubrimientos posteriores, como la ley de Ohm y la ley de Charles de los gases.
Así pues, pesar de ser un genio que llevó a cabo experimentos pioneros en muchos campos de la ciencia, fue un hombre particularmente tímido e inseguro, quizá porque tenía una voz muy chillona (cuando se arrancaba a hablar, que era casi nunca). Y es que Lord Brougham dijo a propósito de su silencio: “probablemente emitió menos palabras en el curso de su vida que ningún hombre que haya vivido hasta los ochenta años de edad, sin exceptuar siquiera a los monjes de la Trapa”.
Tan huidizo era que la única imagen que conservamos de Cavendish se dibujó subrepticiamente mientras cenaba en el club de la Royal Society. Y, a pesar de que tenía una gran fortuna, podemos observar que vestía de forma humilde para no llamar la atención.
Ian Crofton añade algo más sobre las sirvientas de Cavendish en La historia de la ciencia sin los trozos aburridos:
Las sirvientas femeninas de Cavendish recibían todas sus instrucciones de forma escrita, y se decía que había hecho construir una escalera adicional en su casa para no tener que encontrarse con su casera. Su vida social se limitaba a reuniones de la Sociedad Real, de la que era miembro, pero quienes querían preguntarle acerca de su trabajo se encontraban hablando “como si lo hiciera al vacío”.
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