Cuando Norbert Wiener (1894 - 1964) escribió sus sendas memorias las tituló, respectivamente, "Ex niño prodigio: Mi infancia y juventud" y "Soy un matemático: La vida posterior de un niño prodigio".
A primera vista pudiera parecer que Norbert era ciertamente una persona muy pagada de sí misma, pero no es así. No se autodenominaba prodigio solo por capricho. Lo era. Y ya con catorce años, sus compañeros de clase lo calificaban como el "chico más brillante del mundo".
Cibernética
Tutelado por su padre, un catedrático de la Universidad de Harvard, Norbert estudió Matemáticas en Tufts, Zoología en Harvard y Filosofía en Cornell. También profundizó en la lógica simbólica y los Principia Mathematica con el mismo Bertrand Rusell, que no tenía palabras amables: "El joven ha sido muy adulado y se cree Dios Todopoderoso".
Más tarde, impartiría clases de matemáticas en la facultad del MIT. Su aspecto era el de un hombre bajito y rechoncho con bigote y perilla. Su especialidad fue la predicción de movimientos que parecían impredecibles, como las fluctuaciones en los receptores del radar.
Por ello, formó parte de los equipos clandestinos de matemáticos que trabajaron en perfeccionar el control de fuego de los cañones antiaéreos durante la Segunda Guerra Mundial.
Su otra gran obsesión fue la cibernética, la ciencia que estudia el funcionamiento de los mecanismos y las conexiones nerviosas de los seres vivos. No en vano, su primer libro se tituló precisamente Cibernética, publicado en otoño de 1948 tanto en Estados Unidos como en Francia.
El libro era abstruso, pero fue un fenómeno editorial porque planteaba temas inquietantes que era noticia diaria: el advenimiento de las primeras computadoras.
El hecho de que nacieran los primeros cerebros mecánicos realmente poderosos hizo que Robert, más interesado a veces en la filosofía que en la realidad matemática, concediera entrevistas en revistas como Time, donde declaraba que "cuanto mejores máquinas calculadoras construyen los hombres, y cuanto más estudias estos su propio cerebro, más se parecen unas y otros".
A su juicio, una nueva era de máquinas inteligentes devaluaría el cerebro humano como antaño las másquinas de las fábricas habían devaluado sus músculos. Después de todo, para Robert el cerebro solo era una máquina lógica que podía imitarse, e incluso superarse. La única diferencia es que la primera usaba neuronas, y la segunda relés.
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