En 1805 se descubrió el analgésico más potente jamás conocido, y es un título del que sigue gozando incluso a día de hoy. Se trata de la morfina, que se extrajo por primera vez de una concentración refinada de sustancias botánicas naturales propias del opio.
Siendo el analgésico más fuerte, también su potencial adictivo y destructivo es asombroso, lo que ha conducido a que los químicos empezaran a buscar sustancias químicas análogas pero menos dañinas.
Bayer, por ejemplo, produjo la heroína, que finalmente resultó ser un opiáceo más eficaz que la morfina, pues entra en el cerebro con mayor facilidad que la morfina, que es más lenta en términos moleculares. Tal y como escribe Zoe Cormier en su libro La ciencia del placer:
En cuanto llega al cerebro, la heroína se convierte de manera instantánea en placentera morfina. Como dice el escritor Richard Miller: “En esencia, la heroína es un sistema de misiles intercontinentales que sirven para llevar morfina rápidamente al sistema nervioso central”.
La morfina fue nombrada así por el farmacéutico alemán Friedrich Wilhelm Adam Sertürner en honor a Morfeo, el dios griego de los sueños.
Imagen | EmerandSam
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