Nuestros sentidos apenas registran la realidad tal y como es, y además los sentidos se pueden engañar muy fácilmente, ya sea con un pase de manos, o con toda clase de sustancias. Sustancias, por cierto, no necesariamente ilegales.
Por ejemplo, el metanol que contiene la menta fresca nos refresca la boca, pero lo hace porque activa los receptores del frío: así que también nos deja helados.
El olfato y el gusto también pueden engañarse fácilmente con otros elementos, como describe Sam Kean en su libro La cuchara menguante:
Si alguien vertiera sobre la piel la más pequeña cantidad de telurio (o teluro), apestaría a ajo durante semanas, y la gente sabría que ha estado en una habitación aún horas después de abandonarla. Más extraño todavía es el caso del berilio, el elemento cuatro, que sabe a azúcar. Más que ningún otro nutriente, los humanos necesitamos para vivir la energía rápida que nos proporciona el azúcar, y tras miles de años cazando para sustentarnos, uno creería que disponemos de sistemas bastante sofisticados para detectar esa dulce sustancia. Sin embargo, el berilio, un metal pálido, difícil de fundir e insoluble, de átomos pequeños que no se parecen en nada a los anillos de las moléculas de azúcar, excita igual que éstas a las papilas gustativas.
El engaño del berilio pudiera ser simpático, pero el dulce nos gusta, podríamos tomar demasiado berilio y morirnos: enseguida alcanza dosis tóxicas. Después de todo, nuestros sentidos se han ido moldeando a base de ensayo y error: los que no comían lo adecuado en función del placer que sentían al hacerlo, difícilmente se reproducían y dejaban en herencia sus genes.
Más ejemplos los podemos encontrar en una proteína, la miraculina, que silencia las papilas gustativas del sabor ácido y excita las del dulce. Así pues, elimina la acidez de alimentos como el vinagre de manzana (que de repente sabe a sidra) o la salsa tabasco (que de repente sabe a salsa marinara).
El gimnemato potásico, una sustancia química que se encuentra en las hojas de la planta Gymnema sylvestre, puede neutralizar la miraculina, la milagrosa proteína que convierte lo ácido en dulce. De hecho, tras mascar ginmemato potásico, desaparece el subidón que, como si fuera una cocaína, produce la glucosa, sucrosa y fructosa en la lengua y el corazón; un montoncito de azúcar en la lengua se percibe entonces como arena.
Podéis leer más sobre la imperfección de nuestros sentidos (y que ésta sea la probable explicación de la mayoría de religiones y supersticiones): ¡Milagro! Cuando nuestro cerebro cree que vuela o Si quieres ver a un fantasma, toma mucha cafeína.