Si bien no hay nada como llevar un cuaderno de notas siempre encima, los científicos, muchos de ellos caracterizados por sus despistes (sobre todo en el ámbito de la física y las matemáticas), a menudo no llevaban tal cuaderno. De hecho, sus inspiraciones llegaban sin previo aviso y, entonces, debían tomar nota de ellas en lo primero que tuvieran a mano.
Por ejemplo, el Café Szocka, punto de encuentro para discusiones de la escuela matemática de la ciudad de Lwów (ahora Lviv), en Ucrania, fue escogido por sus mesas de mármol: fácilmente acababan las jornadas con sus superficies llenas de notas, que luego podían ser limpiadas sin demasiado esfuerzo.
A propósito de Thomas Hobbes, que estuvo interesado en las matemáticas, cuenta John Aubrey en sus Brief Lives:
con frecuencia he oído decir a míster Hobbes que él tenía la costumbre de trazar líneas en su muslo y en las sábanas y también multiplicar y dividir.
En lugar más extraño para tomar notas científicas, sin embargo, posiblemente sea en mitad de un encuentro deportivo. Es lo que ocurría con Niels Bohr y su hermano Harald, que fueron ambos atletas importantes en su juventud (Harald, que jugaba al fútbol en la selección nacional danesa, incluso ganó una medalla de plata en los Juegos Olímpicos de 1908). Tal y como se cuenta en la biografía de Bohr, Niels Bohr´s Times, de Abraham Pais:
Entre sus memorables hazañas sobre el terreno se cuenta un partido contra un club alemán durante el cual la mayor parte del juego se desarrollaba en el campo alemán. Repentinamente, sin embargo, “el balón fue rodando hacia la portería danesa y todos esperaban que Niels Bohr saliese y lo atrapase. Pero sorprendentemente él siguió parado en la potería, dedicando su atención a uno de los postes. El balón habría entrado ciertamente si los gritos de un espectador no hubiera despertado a Bohr. Tras el partido, él dio la embarazosa excusa de que repentiamente se le había ocurrido un problema matemático que le absorbió tan intensamente que había hecho algunos cálculos en el poste de la portería.
Otro que apuntaba lo que se le ocurría en cualquier parte fue André Marie Ampére (1775-1836), a quien debemos el nombre de la unidad de corriente eléctrica y que fue el precursor del electromagnetismo. Fue un niño prodigio que incluso se dice que, de pequeño, ya había memorizado la Encyclopédie de D´Alembert y Diderot.
Sin embargo, su pizarra de trabajo era cualquier superficie que se le pusiera por delante, que llenaba de arabescos tras sacar su tiza del bolsillo. Hasta el punto de que, un día que paseaba por París, iluminado por una idea, empezó a desarrollar sus consecuencias en la parte trasera de un coche de caballos. Cuando a punto estaba de llegar al desenlace, la “pizarra” retrocedió, ganó velocidad y desapareció calle abajo.
Afortunadamente no todos los matemáticos son tan poco metódicos, y prueba de ello fue uno de los cuadernos de notas más excepcionales de la historia de las matemáticas: El cuaderno escocés. Concebido, casualmente, en el Café Szocka donde iniciábamos este artículo. El cuaderno está lleno de problemas de matemáticas, algunos tan complejos que siguen siendo irresolubles por los matemáticos contemporáneos. Si queréis echar un vistazo, aquí tenéis el PDF del cuaderno completo.