El fuego es uno de los descubrimientos primordiales del ser humano, el que nos permitió desarrollarnos como civilización. Sin fuego no nos podríamos proteger contra el frío. Tampoco podríamos cocinar los alimentos y extraer todo su valor nutritivo, lo cual permitió alimentar nuestro cerebro. Sin fuego tampoco podríamos leer. Ni liberar de patógenos el agua o los alimentos.
Pero hacer fuego no es nada intuitivo. E incluso para nosotros, que estamos habituados a tratar con él, resulta francamente difícil obtenerlo si nos privan de la tecnología en forma de mecheros o cerillas.
Uno de los trucos más comunes en los libros de supervivencia es usar una lupa para aprovechar la luz del Sol y centrarla en un solo punto, el que queremos que prenda fuego. Sin embargo, este método no es tan sencillo como parece.
Imaginemos que estamos en mitad del bosque y no tenemos una lupa a mano, solo nuestras gafas. Si somos miopes, difícilmente obtendremos fuego. Solo lo conseguiremos si sufrimos presbicia.
Y es que las lentes que corrigen la miopía, que es lo que afecta la mayoría de la gente, dispersan los rayos del sol, en vez de concentrarlos. Si queremos hacer fuego necesitamos lentes que corrijan la presbicia. En la novela (y película) El señor de las moscas, por ejemplo, se comete este error, porque Piggy es miope y usa sus gafas para encender fuego.
Poner una rama sobre yesca y hacerla rotar rápidamente para calentar la yesca tampoco es un método sencillo, como intuiréis los que habéis visto la película Náufrago. Imaginemos, entonces, que nos perdemos en el bosque con nuestro coche, o que disponemos alguna otra cosa moderna, como nos explica Lewis Dartnell en su libro Abrir en caso de Apocalipsis:
Se pueden provocar chispas juntando cables de arranque conectados a una batería de coche abandonada, y un estropajo de metal encontrado en un armario de cocina se encenderá espontáneamente si se frota contra los terminales de una pila de 9 voltios extraída de un detector de humo.
Con todo, una vez se obtiene el fuego, e incluso si conseguimos mantenerlo, surge un problema mayor: dónde situarlo. El fuego puede destruir todo lo que tengamos, e incluso quemarnos, y también produce humo y contaminación. Como explica Bill Bryson en su libro En casa, antes de que surgiera la luz eléctrica, vivir entre velas y fuegos hogareños era una tortura: la oscuridad reinaba por doquier, porque si abrieras la puerta de la nevera, seguramente dispondrías de más luz que la cantidad total de iluminación de la que disfrutaban la mayoría de hogares en el siglo XVIII. No en vano, una buena vela proporciona apenas una centésima parte de la luz que genera una única bombilla de cien vatios.
Quizá la forma más original de crear fuego en un mundo postapocalíptico sea a través de materiales de Ikea, como podéis ver en el siguiente vídeo:
Imágenes | Pixabay
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