A pesar de que vivimos en la Tierra, casi no hemos explorado nuestro propio planeta. No solo porque aún queden rincones si pisar, como gran parte del desierto de Australia, ni porque apenas hemos identificado todas las especies animales que nos rodean.
Sobre todo está inexplorada porque conocemos la superficie, pero solo hemos perforado a 11 kilómetros de profundidad. Es como vivir en una manzana y solo haber perforado unos milímetros de la piel de la manzana. Con la atmósfera que nos rodea pasara un poco lo mismo, tal y como escribió Carl Sagan en su artículo para Skeptical Enquirer “Wonder and Skepticism”:
El grosor de la atmósfera de la Tierra, comparado con el tamaño total del planeta, mantiene una proporción prácticamente idéntica a la que existe entre el grosor de la capa de laca que recubre una bola del mundo escolar y el diámetro de esa bola.
Es decir, que la atmósfera parece irrelevante, pero sustenta la vida en la Tierra, y tiene muchas características asombrosas que poca gente conoce. Por ejemplo:
Sin atmósfera la Tierra no sería azul, sino una deslumbrante bola blanca de hielo cuya superficie estaría a una temperatura media de -18 ºC.
¿De qué está compuesta la atmósfera. Lo explica así Marcus Chow en su libro El universo en tu bolsillo:
La atmósfera actual está formada en una quinta parte por oxígeno y en cuatro quintas partes por nitrógeno, además de la presencia residual de algunos otros gases como argón, vapor de agua y dióxido de carbono (…) Pero la atmósfera es algo más que un manto rico en oxígeno que envuelve al mundo. Es también una capa de aire en incesante movimiento, impulsada por la energía solar. El Sol calienta más las regiones ecuatoriales que los polos, por lo que la temperatura del aire en aquellas es más alta que en estos últimos.
Debido a la rotación de la Tierra, el aire que hay sobre la superficie de la Tierra se desplaza a más velocidad en el ecuador que en los polos, por eso la NASA hace despegar sus naves desde Florida, para aprovechar la máxima propulsión de la propia rotación de la Tierra:
Los habitantes de tierras ecuatoriales viajan sin saberlo a casi el doble de velocidad que un Boeing 747: unos 1.670 kilómetros por hora.
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La atmósfera se mueve de forma caótica, por eso es tan difícil de predecir con exactitud el tiempo atmosférico. El meteorólogo y comunicador estadounidense Robert T. Ryan resume así el reto que supone enfrentarse diariamente a la predicción del tiempo:
Imaginémonos una esfera de más de 12.000 kilómetros de diámetro que rota sobre sí misma, que presenta una superficie irregular, que está rodeada de una capa de cuarenta kilómetros de grosor en la que se combinan diferentes gases cuyas concentraciones varían tanto espacial como temporalmente, y que se calienta (como se calientan también los gases que la rodean) gracias a un reactor nuclear situado a unos 150 millones de kilómetros de distancia. Imaginémonos también que esa esfera gira asimismo alrededor del mencionado reactor nuclear y que algunas de sus partes se calientan más en según qué momentos de esa órbita de traslación. E imaginémonos por último que esa mezcla gaseosa recibe continuamente aportaciones desde la superficie sobre la que está situada, generalmente de forma pausada, pero a veces por medio de inyecciones violentas y muy localizadas. Pues, bien, ahora supongamos que, tras observar esa mezcla de gases, se espera de nosotros que seamos capaces de predecir su estado en un punto determinado de la esfera para uno, dos o más días después.
Imágenes | Pixabay
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