Durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, debido a la escasez de combustible, no era extraño ver vehículos como un autobús recorriendo las calles de Londres propulsados por una bolsa de gas, es decir, impulsados con un motor de gasógeno.
En realidad un motor de combustión interna funciona con gas: se crea una nube de gasolina o gasoil que se vaporiza antes de quemarse en el cilindro. En un motor de gas se inyecta directamente combustible gaseoso en el motor.
El principio fundamental de este sistema se conoce como gasificación. Tal y como lo explica Lewis Dartnell en su libro Abrir en caso de Apocaliosis:
Para entenderlo, encienda una cerilla y obsérvela con atención. Notará que la luminosa llama amarilla oscila sin tocar el palito de madera mientras este se ennegrece, separada por un espacio determinado. En realidad, lo que alimenta predominantemente la llama no es la propia varilla de madera, sino los gases combustibles producidos al descomponerse las complejas moléculas orgánicas de esta por el calor, que prenden generando una viva llama solo al contacto con el oxígeno del aire.
La cuestión es que se debe evitar que los gases prendan hasta que se hayan introducido en el motor y se les permita finalmente mezclarse con oxígeno y explotar en los cilindros.
Durante la Segunda Guerra Mundial cientos de miles de vehículos alimentados de esta forma se mantuvieron en funcionamiento por toda Europa, e incluso Alemania fabricó una versión del Wolkswagen “Escarabajo” que funcionaba con gas:
con todo el equipamiento de gasificación instalado elegantemente dentro de la carrocería, con un agujero en el capó para cargar la leña como única pista de su extraordinaria fuente te alimentación; y en 1944 el ejército alemán incluso desplegó más de 50 tanques Tiger propulsados por gasógeno.
Para hacernos una idea de la eficiencia de este combustible, hay que tener en cuenta que unos 3 kg de madera (dependiendo de su densidad y sequedad) equivalen a un litro de gasolina:
de modo que en los coches propulsados por gas pobre el consumo de combustible no se mide en kilómetros por litro, sino en kilómetros por kilogramo; durante la guerra, los vehículos de gasgógeno alcanzaban aproximadamente los 2,5 kilómetros por kilogramo.
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